domingo, 29 de septiembre de 2013

APOLO Y DAFNE

    Recogemos el relato que el poeta latino Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) hace en su obra Metamorfosis (Libro I, versos 452 - 567)
    El primer amor de Febo Apolo fue Dafne, la hija de Peneo. Este amor no lo produjo el ignorante azar, sino la ira cruel de Cupido. El dios de Delos, Apolo, soberbio por la victoria sobre la serpiente Pitón, había visto a Cupido doblar el arco con la cuerda tensa y le dijo: "¿Qué haces, niño lascivo, con armas de valientes? Tales armas se ajustan mejor a mis hombros, pues yo sí que soy capaz de causar heridas certeras a una fiera o a un enemigo y, de hecho, acabo de abatir a la serpiente Pitón, la que abarcaba tantas hectáreas con su vientre pestífero, hinchada ahora por mis innumerables flechas. Conténtate tú, niño, con provocar algunos amoríos con tu antorcha y no te adueñes de glorias que son mías".

    Cupido, el hijo de Venus, le respondió así a Apolo: "Puede que tu arco, Febo, atraviese todas las cosas, pero el mío te atravesará a ti; y como todos los animales son inferiores a los dioses, así tu gloria es inferior a la mía". Así habló Cupido y, batiendo las alas, se elevó veloz por los aires para detenerse en la sombría fortaleza del monte Parnaso. De su aljaba sacó dos flechas de efectos diferentes: la una hace huir el amor; la otra lo produce. La que produce el amor es de oro y brilla en su afilada punta; la que lo hace huir es roma y tiene plomo bajo la caña. El dios Cupido clavó en Dafne, la ninfa hija de Peneo, la flecha que hace huir el amor; con la flecha que lo produce hirió la médula del dios Apolo tras atravesar sus huesos.
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Cupido dispara sobre el orgulloso Apolo
    Al instante, el uno se enamora y la otra huye del amor, disfrutando con los escondites de los bosques y los despojos de las fieras capturadas, como hace la diosa Diana. Una cinta sujeta los cabellos desordenados de Dafne. Muchos la pretendieron, pero ella rechazaba a los pretendientes e, independiente y sin varón, recorría los bosques inaccesibles, sin preocuparse del dios Himeneo, del Amor o del matrimonio. A menudo Peneo, su padre, le decía: "Hija mía, me debes un yerno". A menudo Peneo, su padre, le decía: "Hija mía, me debes nietos". Dafne, que odiaba como un crimen las antorchas que acompañan el matrimonio, había inundado su bello rostro de vergonzoso rubor y había rodeado el cuello de su padre con sus delicados brazos y le dijo: "Padre querido, déjame disfrutar de mi virginidad: esto antes se lo concedió a la diosa Diana su padre". Peneo accede sin dudarlo (pero, Dafne, esa belleza te impide ser lo que quieres y tu hermosura se opone a tus deseos).
 
    Apolo está enamorado y, al ver a Dafne, desea unirse a ella. Y lo que desea, lo espera e incluso le engañan sus propios oráculos. Igual que se quema la paja ligera cuando se separan las espigas, igual que arden los campos por la antorcha que un caminante, por azar, arrimó demasiado o dejó abandonada ya a punto de amanecer, así el dios Apolo se envolvió en la llama del amor, así se abrasa todo su corazón y alimenta de esperanzas un amor condenado al fracaso.  Apolo observa que a Dafne le cuelgan del cuello cabellos sin arreglar y "¿qué si se arreglan?", dice. Ve que los ojos de esta brillan de fuego, parecidos a las estrellas; ve sus labios, que no basta con ver; alaba sus dedos, sus manos, sus brazos y sus piernas descubiertas más de la mitad: si algo queda oculto, lo imagina aún mejor. Pero ella huye, más rápida que la brisa ligera, y no se detiene ante las palabras de Apolo, que la llama: "¡Ninfa hija de Peneo, quédate, te lo suplico! No te persigue un enemigo; ¡quédate, ninfa! Así huye la cordera del lobo, así la cierva del león, así las palomas con alas temblorosas del águila, cada una de sus enemigos. El amor es la razón de que te siga. ¡Ay de mí! No vayas a caerte, que las zarzas no marquen tus piernas que no merecen heridas, no sea yo la causa de tu dolor. Los lugares a los que te diriges son abruptos: corre, por favor, más despacio y detén tu huida, más despacio te seguiré. Pregunta a quien quieras; no vivo en las montañas, no soy un pastor, no soy un palurdo que vigile aquí sus reses y sus rebaños. No sabes, inconsciente, no sabes de quién estás huyendo y por eso huyes. A mí me sirve la tierra de Delfos, Claros, Ténedos y el palacio de Pátara; Júpiter es mi padre. Por mí se descubre lo que será, lo que fue y lo que es. Por mí la poesía se acompasa con la música que sale de las cuerdas. Mis flechas, sin duda, son certeras, pero una flecha ha sido más certera que las mías, la que causó una herida en mi corazón antes vacío. Invento mío es la medicina y por el mundo me llaman "sanador", y el poder de las hierbas está sometido a mí. ¡Ay de mí, que el amor no se cura con ninguna hierba y no sirve a su dueño la técnica que sirve a todo el mundo!"
    Apolo se disponía a seguir hablando, pero Dafne, la hija de Peneo, huye en temerosa carrera y lo dejó con la palabra en la boca; y aun entonces le pareció hermosa: el viento desnudaba el cuerpo de Dafne, soplos contrarios agitaban el vestido y una ligera brisa hacía retroceder su cabello en movimiento. La huida aumentaba su belleza. Pero el joven dios Apolo no soporta más desperdiciar sus piropos y, tal como le aconsejaba el mismo Amor, sigue sus huellas a paso desbocado. Como el galgo que ha visto a una liebre en campo abierto y con las patas busca el galgo su presa y la liebre, su salvación (el uno, a punto de cogerla, espera cobrarla inmediatamente y olisquea las huellas con su hocico extendido; la otra duda si ha sido capturada, se escapa de las mismas fauces y deja atrás el hocico que ya tocaba): así corrían el dios y la doncella, el uno es rápido por la esperanza, la otra por el temor.
    Sin embargo, quien persigue, ayudado por las alas del amor, es más rápido, no da tregua, acosa la espalda de la que huye, echa su aliento sobre los cabellos derramados por el cuello. Dafne, agotadas sus fuerzas, palideció y, vencida por el esfuerzo de la rápida huida, dijo mirando a las aguas del Peneo: "¡Ayúdame, padre; si los ríos sois divinidades, cambia y echa a perder esta figura mía con la que he gustado demasiado!" Apenas terminó esta súplica, un pesado sueño invade sus miembros: una delgada corteza rodea su tierno pecho, sus cabellos crecen como hojas, sus brazos como ramas; sus pies, hace poco tan veloces, se convierten en raíces perezosas, en lugar del rostro está la copa. Sólo la belleza queda en ella. Aun así la ama Apolo y, colocando su mano derecha en el tronco, siente todavía latir su corazón debajo de su nueva corteza, y, abrazando con sus brazos las ramas como si fuera un cuerpo, da besos a la madera. Sin embargo, la madera esquiva los besos.
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Dafne se convierte en laurel


    Apolo le dice a Dafne: "Ya que no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol. Siempre te tendrá mi cabellera, laurel, te tendrá mi cítara y te tendrá mi aljaba. Tú acompañarás a los generales latinos cuando voces alegres canten el triunfo y visiten el Capitolio largos desfiles. Ante las puertas de Augusto tú misma te erguirás, guardiana fidelísima de sus jambas, y protegerás la encina en medio. Y como mi cabeza es juvenil con sus cabellos sin cortar, lleva tú también el honor perpetuo de una hoja perenne". Así habló Apolo; asintió el laurel con sus ramas recién formadas; parecía que su copa se movía como una cabeza.
 (Traducción de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)

jueves, 26 de septiembre de 2013

JÚPITER Y EUROPA

Seguimos el relato del poeta latino Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) en sus Metamorfosis (Libro II, versos 833 - 876):
Después de que Mercurio, el nieto de Atlante, castigara a Aglauro por sus palabras y por su alma sacrílega, abandona Atenas, la tierra que toma su nombre de la diosa Atenea, y, agitando sus alas, penetra en el cielo. Lo llama aparte su padre Júpiter y, sin confesar sus intenciones amorosas, le dice: "Fiel ejecutor de mis órdenes, hijo, no tardes y desciende rápido por la ruta de costumbre y encamínate a la tierra que tu madre, Maya, contempla por la izquierda (a esa tierra los nativos la llaman Sidonia). Después dirige hacia la playa aquel rebaño del rey que ves pacer la hierba de la montaña".

Así habló Júpiter y los toros, echados de la montaña, ya hacía un rato que se encaminaban, según lo ordenado, hacia la playa, donde Europa, la hija de un gran rey,  solía divertirse en compañía de otras jóvenes de la ciudad de Tiro. No casan bien ni habitan una misma morada la majestad y el amor. Abandonando la seriedad que impone su cetro de mando, Júpiter, el ilustre padre y soberano de los dioses, cuya mano derecha está armada con fuegos de tres puntas, que con una cabezada sacude el mundo, toma la apariencia de un toro y, mezclado con los novillos, muge y deambula por la tierna hierba, hermoso. En efecto, su color es el de la nieve que no han pisoteado las plantas de un duro pie ni fundido el lluvioso austro. Su cuello está hinchado de músculos, la papada le cuelga sobre las manos; los cuernos son, en verdad, cortos, pero tan hermosos que podrías afirmar que son obra de artesanía, y son más brillantes que una perla resplandeciente. En su testuz no hay amenaza alguna ni su mirada infunde terror. Su semblante respira paz.



Europa, la hija de Agénor, se maravilla de que ese toro sea tan hermoso, de que no amenace con alguna embestida; pero, aunque era muy manso, al principio temió tocarlo. Luego se acerca y le alarga flores ante su blanco hocico. Se alegra el enamorado y, en tanto que llega el placer esperado, le da besos en las manos y apenas es capaz de aplazar lo demás. El toro retoza y brinca por la verde hierba, echa su costado de nieve sobre la rojiza arena y, quitándole poco a poco el miedo a Europa, le ofrece el pecho para que le dé palmaditas con su mano de doncella o le ofrece los cuernos para que los adorne con guirnaldas frescas.
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Euro griego con el tema del rapto de Europa
Se atrevió también la princesa, sin saber a quién montaba, a sentarse sobre el lomo del toro; entonces Júpiter, apartándose poco a poco de la tierra y de la arena seca, pone primero las falsas plantas de sus patas en la rompiente, luego se adentra aún más en el mar y por las aguas del mar abierto se lleva a su presa. Se asusta Europa y, raptada, vuelve su mirada a la costa que va dejando atrás; con la mano derecha se agarra a un cuerno, apoya la izquierda en el lomo; sus ropas se ondulan con el viento.
 (Traducción de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)

jueves, 19 de septiembre de 2013

EDIPO ( I I )

Ofrecemos la versión que el escritor romano Gayo Julio Higino (64 a. C. - 17 d. C.) da en sus Fábulas acerca del mito de Edipo:
FÁBULA LXVI: LAYO
 1. A Layo, hijo de Lábdaco, le advirtió el dios Apolo que tuviera cuidado, pues moriría a manos de su hijo. Así, cuando su esposa Yocasta, hija de Meneceo, dio a luz, Layo le ordenó que abandonara al niño. 2. Un día que Peribea, esposa del rey Pólibo, lavaba su ropa en el mar, recogió al niño abandonado. Al enterarse Pólibo, como no tenían hijos, lo criaron y como el niño tenía los pies atravesados de parte a parte, lo llamaron Edipo.
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Edipo adivina el enigma de la Esfinge



FÁBULA LXVII: EDIPO

 1. Cuando Edipo, hijo de Layo y de Yocasta, llegó a la pubertad, como era más fuerte que los demás, sus compañeros, por envidia, le echaban en cara que era hijo adoptivo de Pólibo, porque Pólibo era muy bueno y él era un desvergonzado. Edipo se dio cuenta de que esta acusación no era en vano. 2. Así pues, se dirigió a Delfos para obtener información acerca de sus padres; mientras tanto diversas señales mostraban a Layo que moriría a manos de su hijo. 3. Cuando el mismo Layo se dirigía a Delfos, salió a su encuentro Edipo; los soldados le ordenaron que le dejara paso al rey Layo, pero no hizo caso. El rey soltó los caballos y una rueda le aplastó el pie a Edipo. Este, enfadado, tiró, sin saberlo, a su padre del carro y lo mató. 4. Al morir Layo, Creonte, hijo de Meneceo, se hizo con el reino de Tebas. Entretanto, fue enviada a la región de Beocia la Esfinge, hija de Tifón, y devastaba la tierra de los tebanos. Esta le propuso al rey Creonte una prueba: si alguien descifraba el enigma que ella había planteado, se iría de allí; si, por el contrario, no lo resolvía, lo mataría y no abandonaría el país.
La Esfinge asolaba Tebas

5. Cuando el rey Creonte oyó esto, lo anunció por toda Grecia; prometió además que a quien resolviera el enigma de la Esfinge le entregaría en matrimonio a su hermana Yocasta. Acudieron muchos hombres que deseaban hacerse con el trono de Tebas, pero fueron devorados por la Esfinge. Fue Edipo, el hijo de Layo, el que resolvió el enigma; la Esfinge, por ello, se precipitó al vacío. 6. Edipo recibió, sin saberlo, el reino de su padre Layo y tomó a su madre, Yocasta, por esposa, de la que nacieron Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene. Mientras tanto, una enorme escasez de alimentos asolaba Tebas debido a los crímenes de Edipo; cuando se le preguntó al adivino Tiresias por qué Tebas era atormentada de ese modo, respondió que si sobrevivía algún descendiente de los dientes del dragón y se sacrificaba por la patria, la liberaría de la epidemia. Entonces Meneceo, el padre de Yocasta, se arrojó desde la muralla. 7. Mientras esto ocurría en Tebas, Pólibo murió en Corinto. Cuando Edipo se enteró, comenzó a sentirse mal, creyendo que había muerto su padre. Sin embargo, Peribea, la esposa de Pólibo, le reveló su adopción. Asimismo, el viejo Menetes, que había sido el que lo había abandonado, reconoció que era el hijo de Layo por las cicatrices de los pies y de los talones. 8. Edipo, al enterarse de todo lo que había sucedido, cuando vio cuántos crímenes impíos había cometido, arrancó los broches del vestido de su madre y se sacó los ojos. Entregó a sus hijos, en años alternos, el trono de Tebas y huyó de allí llevándose como guía a su hija Antígona.

(Traducción de Guadalupe Morcillo Expósito, Madrid, Akal, 2008; con modificaciones) 

Edipo (2)
Edipo, acompañado por Antígona, abandona Tebas

martes, 17 de septiembre de 2013

EDIPO ( I )

El mitógrafo griego Apolodoro (siglo I - II d. C.), en su Biblioteca Mitológica (Libro III, 48 - 56) presenta el siguiente relato:
"Cuando murió Anfión, Layo heredó el reino de Tebas y se casó con la hija de Meneceo, cuyo nombre era, según unos, Yocasta y según otros, Epicasta. El dios Apolo le había vaticinado a Layo que no engendrara hijos, pues el hijo que tuviera mataría a su padre. Sin embargo, embriagado, se unió a su mujer y engendró un hijo. Cuando nació, Layo le atravesó los tobillos con broches y se lo entregó a un pastor para que lo abandonase. El pastor entonces lo abandonó en el monte Citerón; allí los boyeros de Pólibo, el rey de Corinto, encontraron al recién nacido y se lo entregaron a Peribea, la mujer de Pólibo. Ella lo adoptó y lo hizo pasar por hijo suyo; le curó los tobillos y le puso el nombre de Edipo, pues al niño se le hinchaban los pies.
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Cuando Edipo llegó a la juventud, aventajaba en fuerza a todos los compañeros de su misma edad; estos, por envidia, le recriminaban que no era hijo legítimo de Pólibo y Peribea. Entonces, Edipo le preguntó a Peribea sobre esta acusación, pero no pudo enterarse de nada. Después visitó el oráculo de Delfos, donde preguntó por sus verdaderos padres. El dios Apolo le respondió que no regresara a su patria, pues daría muerte a su padre y se acostaría con su madre.Tras oír esto, creyendo que sus verdaderos padres eran Pólibo y Peribea, abandonó Corinto y se alejó en un carro a través de la región de la Fócide; y en un camino estrecho se encontró casualmente con Layo, que iba en su carro. Entonces Polifontes (que era el heraldo de Layo) le ordenó a Edipo que dejase paso, e incluso le mató uno de los caballos por desobedecer y retardarse. Edipo montó en cólera y dio muerte a Polifontes y a Layo, y llegó luego a Tebas. Damasístrato, rey de los plateos, enterró a Layo y Creonte, el hijo de Meneceo, heredó el reino de Tebas.
Durante el reinado de Creonte, las desdichas se abatieron sobre Tebas. En efecto, Hera había enviado a la Esfinge, cuya madre era Equidna y cuyo padre era Tifón. La Esfinge tenía cara de mujer, pecho, patas y cola de león y alas de pájaro. Esta se había situado en el monte Ficio, cerca de Tebas, y les planteaba a los tebanos un enigma que había aprendido de las Musas. El enigma decía lo siguiente: "¿Qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?". Por su parte, los tebanos tenían un oráculo según el cual se verían libres de la Esfinge cuando resolvieran el enigma. Con frecuencia se reunían tratando de hallar cuál sería la respuesta, pero no daban con ella, por lo que la Esfinge atrapaba a un hombre y lo devoraba. Muchos tebanos murieron de esa manera, el último de ellos, Hemón, hijo del rey Creonte. Por ello este rey anunció que quien resolviera el enigma obtendría el reino de Tebas y a la mujer de Layo por esposa.

Tras oír el anuncio, Edipo resolvió el enigma diciendo que la respuesta era el hombre,  puesto que, cuando es niño, se mueve sobre los cuatro miembros; cuando crece, camina sobre dos pies y cuando se hace viejo, adquiere como tercer pie un bastón. Entonces la Esfinge se arrojó desde lo alto y Edipo recibió el reino de Tebas, casándose, sin saberlo, con su madre; incluso engendró hijos de ella, Polinices y Eteocles, e hijas, Ismene y Antígona; sin embargo, hay algunos que dicen que estos hijos le nacieron a Edipo de Eurigania, la hija de Hiperfante. Cuando por fin se descubrió lo que estaba oculto, Yocasta se ahorcó y Edipo se cegó los ojos. Este después se marchó de Tebas y maldijo a sus hijos porque, viéndolo desterrado, no lo socorrieron. Así que Edipo se presentó, junto con su hija Antígona, en Colono, un pueblo de la región del Ática, donde se halla el campo consagrado a las Euménides; allí se sentó como un suplicante y, acogido por Teseo, murió no mucho después".

(Traducción de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)