jueves, 26 de septiembre de 2013

JÚPITER Y EUROPA

Seguimos el relato del poeta latino Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) en sus Metamorfosis (Libro II, versos 833 - 876):
Después de que Mercurio, el nieto de Atlante, castigara a Aglauro por sus palabras y por su alma sacrílega, abandona Atenas, la tierra que toma su nombre de la diosa Atenea, y, agitando sus alas, penetra en el cielo. Lo llama aparte su padre Júpiter y, sin confesar sus intenciones amorosas, le dice: "Fiel ejecutor de mis órdenes, hijo, no tardes y desciende rápido por la ruta de costumbre y encamínate a la tierra que tu madre, Maya, contempla por la izquierda (a esa tierra los nativos la llaman Sidonia). Después dirige hacia la playa aquel rebaño del rey que ves pacer la hierba de la montaña".

Así habló Júpiter y los toros, echados de la montaña, ya hacía un rato que se encaminaban, según lo ordenado, hacia la playa, donde Europa, la hija de un gran rey,  solía divertirse en compañía de otras jóvenes de la ciudad de Tiro. No casan bien ni habitan una misma morada la majestad y el amor. Abandonando la seriedad que impone su cetro de mando, Júpiter, el ilustre padre y soberano de los dioses, cuya mano derecha está armada con fuegos de tres puntas, que con una cabezada sacude el mundo, toma la apariencia de un toro y, mezclado con los novillos, muge y deambula por la tierna hierba, hermoso. En efecto, su color es el de la nieve que no han pisoteado las plantas de un duro pie ni fundido el lluvioso austro. Su cuello está hinchado de músculos, la papada le cuelga sobre las manos; los cuernos son, en verdad, cortos, pero tan hermosos que podrías afirmar que son obra de artesanía, y son más brillantes que una perla resplandeciente. En su testuz no hay amenaza alguna ni su mirada infunde terror. Su semblante respira paz.



Europa, la hija de Agénor, se maravilla de que ese toro sea tan hermoso, de que no amenace con alguna embestida; pero, aunque era muy manso, al principio temió tocarlo. Luego se acerca y le alarga flores ante su blanco hocico. Se alegra el enamorado y, en tanto que llega el placer esperado, le da besos en las manos y apenas es capaz de aplazar lo demás. El toro retoza y brinca por la verde hierba, echa su costado de nieve sobre la rojiza arena y, quitándole poco a poco el miedo a Europa, le ofrece el pecho para que le dé palmaditas con su mano de doncella o le ofrece los cuernos para que los adorne con guirnaldas frescas.
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Euro griego con el tema del rapto de Europa
Se atrevió también la princesa, sin saber a quién montaba, a sentarse sobre el lomo del toro; entonces Júpiter, apartándose poco a poco de la tierra y de la arena seca, pone primero las falsas plantas de sus patas en la rompiente, luego se adentra aún más en el mar y por las aguas del mar abierto se lleva a su presa. Se asusta Europa y, raptada, vuelve su mirada a la costa que va dejando atrás; con la mano derecha se agarra a un cuerno, apoya la izquierda en el lomo; sus ropas se ondulan con el viento.
 (Traducción de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)

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