domingo, 29 de septiembre de 2013

APOLO Y DAFNE

    Recogemos el relato que el poeta latino Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) hace en su obra Metamorfosis (Libro I, versos 452 - 567)
    El primer amor de Febo Apolo fue Dafne, la hija de Peneo. Este amor no lo produjo el ignorante azar, sino la ira cruel de Cupido. El dios de Delos, Apolo, soberbio por la victoria sobre la serpiente Pitón, había visto a Cupido doblar el arco con la cuerda tensa y le dijo: "¿Qué haces, niño lascivo, con armas de valientes? Tales armas se ajustan mejor a mis hombros, pues yo sí que soy capaz de causar heridas certeras a una fiera o a un enemigo y, de hecho, acabo de abatir a la serpiente Pitón, la que abarcaba tantas hectáreas con su vientre pestífero, hinchada ahora por mis innumerables flechas. Conténtate tú, niño, con provocar algunos amoríos con tu antorcha y no te adueñes de glorias que son mías".

    Cupido, el hijo de Venus, le respondió así a Apolo: "Puede que tu arco, Febo, atraviese todas las cosas, pero el mío te atravesará a ti; y como todos los animales son inferiores a los dioses, así tu gloria es inferior a la mía". Así habló Cupido y, batiendo las alas, se elevó veloz por los aires para detenerse en la sombría fortaleza del monte Parnaso. De su aljaba sacó dos flechas de efectos diferentes: la una hace huir el amor; la otra lo produce. La que produce el amor es de oro y brilla en su afilada punta; la que lo hace huir es roma y tiene plomo bajo la caña. El dios Cupido clavó en Dafne, la ninfa hija de Peneo, la flecha que hace huir el amor; con la flecha que lo produce hirió la médula del dios Apolo tras atravesar sus huesos.
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Cupido dispara sobre el orgulloso Apolo
    Al instante, el uno se enamora y la otra huye del amor, disfrutando con los escondites de los bosques y los despojos de las fieras capturadas, como hace la diosa Diana. Una cinta sujeta los cabellos desordenados de Dafne. Muchos la pretendieron, pero ella rechazaba a los pretendientes e, independiente y sin varón, recorría los bosques inaccesibles, sin preocuparse del dios Himeneo, del Amor o del matrimonio. A menudo Peneo, su padre, le decía: "Hija mía, me debes un yerno". A menudo Peneo, su padre, le decía: "Hija mía, me debes nietos". Dafne, que odiaba como un crimen las antorchas que acompañan el matrimonio, había inundado su bello rostro de vergonzoso rubor y había rodeado el cuello de su padre con sus delicados brazos y le dijo: "Padre querido, déjame disfrutar de mi virginidad: esto antes se lo concedió a la diosa Diana su padre". Peneo accede sin dudarlo (pero, Dafne, esa belleza te impide ser lo que quieres y tu hermosura se opone a tus deseos).
 
    Apolo está enamorado y, al ver a Dafne, desea unirse a ella. Y lo que desea, lo espera e incluso le engañan sus propios oráculos. Igual que se quema la paja ligera cuando se separan las espigas, igual que arden los campos por la antorcha que un caminante, por azar, arrimó demasiado o dejó abandonada ya a punto de amanecer, así el dios Apolo se envolvió en la llama del amor, así se abrasa todo su corazón y alimenta de esperanzas un amor condenado al fracaso.  Apolo observa que a Dafne le cuelgan del cuello cabellos sin arreglar y "¿qué si se arreglan?", dice. Ve que los ojos de esta brillan de fuego, parecidos a las estrellas; ve sus labios, que no basta con ver; alaba sus dedos, sus manos, sus brazos y sus piernas descubiertas más de la mitad: si algo queda oculto, lo imagina aún mejor. Pero ella huye, más rápida que la brisa ligera, y no se detiene ante las palabras de Apolo, que la llama: "¡Ninfa hija de Peneo, quédate, te lo suplico! No te persigue un enemigo; ¡quédate, ninfa! Así huye la cordera del lobo, así la cierva del león, así las palomas con alas temblorosas del águila, cada una de sus enemigos. El amor es la razón de que te siga. ¡Ay de mí! No vayas a caerte, que las zarzas no marquen tus piernas que no merecen heridas, no sea yo la causa de tu dolor. Los lugares a los que te diriges son abruptos: corre, por favor, más despacio y detén tu huida, más despacio te seguiré. Pregunta a quien quieras; no vivo en las montañas, no soy un pastor, no soy un palurdo que vigile aquí sus reses y sus rebaños. No sabes, inconsciente, no sabes de quién estás huyendo y por eso huyes. A mí me sirve la tierra de Delfos, Claros, Ténedos y el palacio de Pátara; Júpiter es mi padre. Por mí se descubre lo que será, lo que fue y lo que es. Por mí la poesía se acompasa con la música que sale de las cuerdas. Mis flechas, sin duda, son certeras, pero una flecha ha sido más certera que las mías, la que causó una herida en mi corazón antes vacío. Invento mío es la medicina y por el mundo me llaman "sanador", y el poder de las hierbas está sometido a mí. ¡Ay de mí, que el amor no se cura con ninguna hierba y no sirve a su dueño la técnica que sirve a todo el mundo!"
    Apolo se disponía a seguir hablando, pero Dafne, la hija de Peneo, huye en temerosa carrera y lo dejó con la palabra en la boca; y aun entonces le pareció hermosa: el viento desnudaba el cuerpo de Dafne, soplos contrarios agitaban el vestido y una ligera brisa hacía retroceder su cabello en movimiento. La huida aumentaba su belleza. Pero el joven dios Apolo no soporta más desperdiciar sus piropos y, tal como le aconsejaba el mismo Amor, sigue sus huellas a paso desbocado. Como el galgo que ha visto a una liebre en campo abierto y con las patas busca el galgo su presa y la liebre, su salvación (el uno, a punto de cogerla, espera cobrarla inmediatamente y olisquea las huellas con su hocico extendido; la otra duda si ha sido capturada, se escapa de las mismas fauces y deja atrás el hocico que ya tocaba): así corrían el dios y la doncella, el uno es rápido por la esperanza, la otra por el temor.
    Sin embargo, quien persigue, ayudado por las alas del amor, es más rápido, no da tregua, acosa la espalda de la que huye, echa su aliento sobre los cabellos derramados por el cuello. Dafne, agotadas sus fuerzas, palideció y, vencida por el esfuerzo de la rápida huida, dijo mirando a las aguas del Peneo: "¡Ayúdame, padre; si los ríos sois divinidades, cambia y echa a perder esta figura mía con la que he gustado demasiado!" Apenas terminó esta súplica, un pesado sueño invade sus miembros: una delgada corteza rodea su tierno pecho, sus cabellos crecen como hojas, sus brazos como ramas; sus pies, hace poco tan veloces, se convierten en raíces perezosas, en lugar del rostro está la copa. Sólo la belleza queda en ella. Aun así la ama Apolo y, colocando su mano derecha en el tronco, siente todavía latir su corazón debajo de su nueva corteza, y, abrazando con sus brazos las ramas como si fuera un cuerpo, da besos a la madera. Sin embargo, la madera esquiva los besos.
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Dafne se convierte en laurel


    Apolo le dice a Dafne: "Ya que no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol. Siempre te tendrá mi cabellera, laurel, te tendrá mi cítara y te tendrá mi aljaba. Tú acompañarás a los generales latinos cuando voces alegres canten el triunfo y visiten el Capitolio largos desfiles. Ante las puertas de Augusto tú misma te erguirás, guardiana fidelísima de sus jambas, y protegerás la encina en medio. Y como mi cabeza es juvenil con sus cabellos sin cortar, lleva tú también el honor perpetuo de una hoja perenne". Así habló Apolo; asintió el laurel con sus ramas recién formadas; parecía que su copa se movía como una cabeza.
 (Traducción de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)

jueves, 26 de septiembre de 2013

JÚPITER Y EUROPA

Seguimos el relato del poeta latino Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) en sus Metamorfosis (Libro II, versos 833 - 876):
Después de que Mercurio, el nieto de Atlante, castigara a Aglauro por sus palabras y por su alma sacrílega, abandona Atenas, la tierra que toma su nombre de la diosa Atenea, y, agitando sus alas, penetra en el cielo. Lo llama aparte su padre Júpiter y, sin confesar sus intenciones amorosas, le dice: "Fiel ejecutor de mis órdenes, hijo, no tardes y desciende rápido por la ruta de costumbre y encamínate a la tierra que tu madre, Maya, contempla por la izquierda (a esa tierra los nativos la llaman Sidonia). Después dirige hacia la playa aquel rebaño del rey que ves pacer la hierba de la montaña".

Así habló Júpiter y los toros, echados de la montaña, ya hacía un rato que se encaminaban, según lo ordenado, hacia la playa, donde Europa, la hija de un gran rey,  solía divertirse en compañía de otras jóvenes de la ciudad de Tiro. No casan bien ni habitan una misma morada la majestad y el amor. Abandonando la seriedad que impone su cetro de mando, Júpiter, el ilustre padre y soberano de los dioses, cuya mano derecha está armada con fuegos de tres puntas, que con una cabezada sacude el mundo, toma la apariencia de un toro y, mezclado con los novillos, muge y deambula por la tierna hierba, hermoso. En efecto, su color es el de la nieve que no han pisoteado las plantas de un duro pie ni fundido el lluvioso austro. Su cuello está hinchado de músculos, la papada le cuelga sobre las manos; los cuernos son, en verdad, cortos, pero tan hermosos que podrías afirmar que son obra de artesanía, y son más brillantes que una perla resplandeciente. En su testuz no hay amenaza alguna ni su mirada infunde terror. Su semblante respira paz.



Europa, la hija de Agénor, se maravilla de que ese toro sea tan hermoso, de que no amenace con alguna embestida; pero, aunque era muy manso, al principio temió tocarlo. Luego se acerca y le alarga flores ante su blanco hocico. Se alegra el enamorado y, en tanto que llega el placer esperado, le da besos en las manos y apenas es capaz de aplazar lo demás. El toro retoza y brinca por la verde hierba, echa su costado de nieve sobre la rojiza arena y, quitándole poco a poco el miedo a Europa, le ofrece el pecho para que le dé palmaditas con su mano de doncella o le ofrece los cuernos para que los adorne con guirnaldas frescas.
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Euro griego con el tema del rapto de Europa
Se atrevió también la princesa, sin saber a quién montaba, a sentarse sobre el lomo del toro; entonces Júpiter, apartándose poco a poco de la tierra y de la arena seca, pone primero las falsas plantas de sus patas en la rompiente, luego se adentra aún más en el mar y por las aguas del mar abierto se lleva a su presa. Se asusta Europa y, raptada, vuelve su mirada a la costa que va dejando atrás; con la mano derecha se agarra a un cuerno, apoya la izquierda en el lomo; sus ropas se ondulan con el viento.
 (Traducción de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)

jueves, 19 de septiembre de 2013

EDIPO ( I I )

Ofrecemos la versión que el escritor romano Gayo Julio Higino (64 a. C. - 17 d. C.) da en sus Fábulas acerca del mito de Edipo:
FÁBULA LXVI: LAYO
 1. A Layo, hijo de Lábdaco, le advirtió el dios Apolo que tuviera cuidado, pues moriría a manos de su hijo. Así, cuando su esposa Yocasta, hija de Meneceo, dio a luz, Layo le ordenó que abandonara al niño. 2. Un día que Peribea, esposa del rey Pólibo, lavaba su ropa en el mar, recogió al niño abandonado. Al enterarse Pólibo, como no tenían hijos, lo criaron y como el niño tenía los pies atravesados de parte a parte, lo llamaron Edipo.
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Edipo adivina el enigma de la Esfinge



FÁBULA LXVII: EDIPO

 1. Cuando Edipo, hijo de Layo y de Yocasta, llegó a la pubertad, como era más fuerte que los demás, sus compañeros, por envidia, le echaban en cara que era hijo adoptivo de Pólibo, porque Pólibo era muy bueno y él era un desvergonzado. Edipo se dio cuenta de que esta acusación no era en vano. 2. Así pues, se dirigió a Delfos para obtener información acerca de sus padres; mientras tanto diversas señales mostraban a Layo que moriría a manos de su hijo. 3. Cuando el mismo Layo se dirigía a Delfos, salió a su encuentro Edipo; los soldados le ordenaron que le dejara paso al rey Layo, pero no hizo caso. El rey soltó los caballos y una rueda le aplastó el pie a Edipo. Este, enfadado, tiró, sin saberlo, a su padre del carro y lo mató. 4. Al morir Layo, Creonte, hijo de Meneceo, se hizo con el reino de Tebas. Entretanto, fue enviada a la región de Beocia la Esfinge, hija de Tifón, y devastaba la tierra de los tebanos. Esta le propuso al rey Creonte una prueba: si alguien descifraba el enigma que ella había planteado, se iría de allí; si, por el contrario, no lo resolvía, lo mataría y no abandonaría el país.
La Esfinge asolaba Tebas

5. Cuando el rey Creonte oyó esto, lo anunció por toda Grecia; prometió además que a quien resolviera el enigma de la Esfinge le entregaría en matrimonio a su hermana Yocasta. Acudieron muchos hombres que deseaban hacerse con el trono de Tebas, pero fueron devorados por la Esfinge. Fue Edipo, el hijo de Layo, el que resolvió el enigma; la Esfinge, por ello, se precipitó al vacío. 6. Edipo recibió, sin saberlo, el reino de su padre Layo y tomó a su madre, Yocasta, por esposa, de la que nacieron Eteocles, Polinices, Antígona e Ismene. Mientras tanto, una enorme escasez de alimentos asolaba Tebas debido a los crímenes de Edipo; cuando se le preguntó al adivino Tiresias por qué Tebas era atormentada de ese modo, respondió que si sobrevivía algún descendiente de los dientes del dragón y se sacrificaba por la patria, la liberaría de la epidemia. Entonces Meneceo, el padre de Yocasta, se arrojó desde la muralla. 7. Mientras esto ocurría en Tebas, Pólibo murió en Corinto. Cuando Edipo se enteró, comenzó a sentirse mal, creyendo que había muerto su padre. Sin embargo, Peribea, la esposa de Pólibo, le reveló su adopción. Asimismo, el viejo Menetes, que había sido el que lo había abandonado, reconoció que era el hijo de Layo por las cicatrices de los pies y de los talones. 8. Edipo, al enterarse de todo lo que había sucedido, cuando vio cuántos crímenes impíos había cometido, arrancó los broches del vestido de su madre y se sacó los ojos. Entregó a sus hijos, en años alternos, el trono de Tebas y huyó de allí llevándose como guía a su hija Antígona.

(Traducción de Guadalupe Morcillo Expósito, Madrid, Akal, 2008; con modificaciones) 

Edipo (2)
Edipo, acompañado por Antígona, abandona Tebas

martes, 17 de septiembre de 2013

EDIPO ( I )

El mitógrafo griego Apolodoro (siglo I - II d. C.), en su Biblioteca Mitológica (Libro III, 48 - 56) presenta el siguiente relato:
"Cuando murió Anfión, Layo heredó el reino de Tebas y se casó con la hija de Meneceo, cuyo nombre era, según unos, Yocasta y según otros, Epicasta. El dios Apolo le había vaticinado a Layo que no engendrara hijos, pues el hijo que tuviera mataría a su padre. Sin embargo, embriagado, se unió a su mujer y engendró un hijo. Cuando nació, Layo le atravesó los tobillos con broches y se lo entregó a un pastor para que lo abandonase. El pastor entonces lo abandonó en el monte Citerón; allí los boyeros de Pólibo, el rey de Corinto, encontraron al recién nacido y se lo entregaron a Peribea, la mujer de Pólibo. Ella lo adoptó y lo hizo pasar por hijo suyo; le curó los tobillos y le puso el nombre de Edipo, pues al niño se le hinchaban los pies.
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Cuando Edipo llegó a la juventud, aventajaba en fuerza a todos los compañeros de su misma edad; estos, por envidia, le recriminaban que no era hijo legítimo de Pólibo y Peribea. Entonces, Edipo le preguntó a Peribea sobre esta acusación, pero no pudo enterarse de nada. Después visitó el oráculo de Delfos, donde preguntó por sus verdaderos padres. El dios Apolo le respondió que no regresara a su patria, pues daría muerte a su padre y se acostaría con su madre.Tras oír esto, creyendo que sus verdaderos padres eran Pólibo y Peribea, abandonó Corinto y se alejó en un carro a través de la región de la Fócide; y en un camino estrecho se encontró casualmente con Layo, que iba en su carro. Entonces Polifontes (que era el heraldo de Layo) le ordenó a Edipo que dejase paso, e incluso le mató uno de los caballos por desobedecer y retardarse. Edipo montó en cólera y dio muerte a Polifontes y a Layo, y llegó luego a Tebas. Damasístrato, rey de los plateos, enterró a Layo y Creonte, el hijo de Meneceo, heredó el reino de Tebas.
Durante el reinado de Creonte, las desdichas se abatieron sobre Tebas. En efecto, Hera había enviado a la Esfinge, cuya madre era Equidna y cuyo padre era Tifón. La Esfinge tenía cara de mujer, pecho, patas y cola de león y alas de pájaro. Esta se había situado en el monte Ficio, cerca de Tebas, y les planteaba a los tebanos un enigma que había aprendido de las Musas. El enigma decía lo siguiente: "¿Qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?". Por su parte, los tebanos tenían un oráculo según el cual se verían libres de la Esfinge cuando resolvieran el enigma. Con frecuencia se reunían tratando de hallar cuál sería la respuesta, pero no daban con ella, por lo que la Esfinge atrapaba a un hombre y lo devoraba. Muchos tebanos murieron de esa manera, el último de ellos, Hemón, hijo del rey Creonte. Por ello este rey anunció que quien resolviera el enigma obtendría el reino de Tebas y a la mujer de Layo por esposa.

Tras oír el anuncio, Edipo resolvió el enigma diciendo que la respuesta era el hombre,  puesto que, cuando es niño, se mueve sobre los cuatro miembros; cuando crece, camina sobre dos pies y cuando se hace viejo, adquiere como tercer pie un bastón. Entonces la Esfinge se arrojó desde lo alto y Edipo recibió el reino de Tebas, casándose, sin saberlo, con su madre; incluso engendró hijos de ella, Polinices y Eteocles, e hijas, Ismene y Antígona; sin embargo, hay algunos que dicen que estos hijos le nacieron a Edipo de Eurigania, la hija de Hiperfante. Cuando por fin se descubrió lo que estaba oculto, Yocasta se ahorcó y Edipo se cegó los ojos. Este después se marchó de Tebas y maldijo a sus hijos porque, viéndolo desterrado, no lo socorrieron. Así que Edipo se presentó, junto con su hija Antígona, en Colono, un pueblo de la región del Ática, donde se halla el campo consagrado a las Euménides; allí se sentó como un suplicante y, acogido por Teseo, murió no mucho después".

(Traducción de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)

viernes, 1 de marzo de 2013

TESEO Y EL MINOTAURO ( II )

Apolodoro (s. I - II d. C.) en su Biblioteca mitológica (Epítome I 7 - 11) nos ofrece el siguiente relato:
Teseo fue escogido como miembro del grupo del tercer tributo para el Minotauro o, como dicen algunos, se presentó él mismo voluntario. Como la nave del tributo tenía velas negras, Egeo le encargó a su hijo Teseo que, si regresaba vivo, desplegase en su nave velas blancas. Cuando Teseo llegó a Creta, se enamoró de él Ariadna, hija de Minos, y esta se ofreció a ayudarlo si él le prometía llevarla a Atenas y hacerla su mujer. Teseo prometió esto bajo juramento; entonces Ariadna le rogó a Dédalo que le revelara la salida del laberinto. Por consejo de Dédalo, Ariadna le dio a Teseo, cuando entraba en el laberinto, un hilo. Teseo lo ató a la puerta y, arrastrándolo tras de sí, se iba adentrando en el laberinto. Cuando encontró al Minotauro en la parte extrema del laberinto, lo mató golpeándolo con sus puños y, recogiendo el hilo, salió.

Por la noche llegó a la isla de Naxos en compañía de Ariadna y de los muchachos que componían el tributo. Allí Dioniso se enamoró de Ariadna y la raptó; se la llevó a la isla de Lemnos, se unió a ella y engendró a Toante, Estáfilo, Enopión y Pepareto. Entristecido por lo de Ariadna,  Teseo, rumbo ya a la costa, se olvidó de desplegar en la nave las velas blancas. Egeo, que vio desde la acrópolis la nave con las velas negras, creyendo que Teseo había muerto, se arrojó desde lo alto y murió.
 (Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)


Por su parte, el autor romano Gayo Julio Higino (64 a. C. - 17 d. C.) ofrece en sus Fábulas la siguiente versión:
FÁBULA 41: MINOS
 2. Cuando Teseo regresó de Trecén y se enteró de la gran desgracia que castigaba a la ciudad de Atenas, se ofreció a ir voluntariamente ante el Minotauro. 3. Al despedirse, su padre le encargó que, si regresaba vencedor, izara velas blancas en su nave, pues los que eran enviados al Minotauro navegaban con velas negras.

FÁBULA 42: TESEO ANTE EL MINOTAURO
Tan pronto como Teseo llegó a Creta, fue amado apasionadamente por Ariadna, hija de Minos, hasta tal punto que traicionó a su hermano y salvó al huésped, pues le mostró la salida del laberinto. Cuando Teseo entró allí y mató al Minotauro, salió al exterior siguiendo el hilo desenrollado, según el consejo de Ariadna. Y tal como había prometido, se la llevó para casarse con ella.


FÁBULA 43: ARIADNA
1. Retenido en la isla de Día por una tempestad, Teseo dudaba si llevarse a Ariadna a su patria, pues sería una deshonra. Así pues la abandonó en la isla mientras dormía. Enamorado de ella, Líber se la llevó de allí para desposarla. 2. Teseo se hizo a la mar y se olvidó de cambiar las velas negras, motivo por el que Egeo, su padre, creyendo que Teseo había sido devorado por el Minotauro, se arrojó al mar. Por él se llamó mar Egeo. 3. Teseo, por su parte, desposó a Fedra, hermana de Ariadna.
(Trad. de Guadalupe Morcillo Expósito, Madrid, Akal, 2008; con modificaciones)

miércoles, 20 de febrero de 2013

TESEO Y EL MINOTAURO ( I )

Por qué los atenienses deben enviar cada año a Creta siete muchachos y siete muchachas como alimento del Minotauro

Seguimos el relato de la Biblioteca mitológica (Libro III 209 - 214) de Apolodoro (s. I - II d. C.):
Entretanto Egeo llegó a Atenas y celebró los juegos de las Panateneas, en los que el hijo de Minos, Androgeo, venció a todos. Entonces Egeo lo mandó contra el toro de Maratón y Androgeo fue destrozado por este. Sin embargo, algunos dicen que marchó a Tebas a participar en los juegos en honor de Layo y que cayó en una emboscada de los participantes y fue muerto por envidia. Minos estaba haciendo un sacrificio en honor de las Cárites en la isla de Paros; cuando le fue comunicada la muerte de su hijo, se quitó la corona de la cabeza y detuvo a los flautistas, pero no dejó de cumplir el sacrificio. Por ello hasta hoy en Paros se hacen sacrificios a las Cárites sin flautas y sin coronas.
No mucho tiempo después, Minos, siendo ya dueño del mar, atacó Atenas con una escuadra. Tomó Mégara bajo el reinado de Niso, el hijo de Pandión, y mató a Megareo, el hijo de Hipómenes,  que había venido desde Onquesto para ayudar a Niso. También murió Niso, por traición de su hija; en efecto, tenía Niso una cabello de púrpura en medio de la cabeza y había un oráculo según el cual moriría si le arrancaban ese cabello. Su hija Escila se enamoró de Minos y le arrancó el cabello a su padre. Así Minos se apoderó de Mégara; a Escila la ató a la popa por los pies y la sumergió.
Mapa de Grecia

Como la guerra se demoraba y no podía tomar Atenas, rogó a Zeus poder vengarse de los atenienses; se abatieron entonces sobre la ciudad de Atenas el hambre y la peste. Por su parte, los atenienses, en primer lugar, de acuerdo con un viejo vaticinio, sacrificaron sobre la tumba del cíclope Geresto a las hijas de Jacinto: Anteis, Egleis, Litea y Ortea. Jacinto procedía de Lacedemón y se había instalado en Atenas. Pero el sacrificio no les resultó de ninguna utilidad y consultaron al oráculo sobre su liberación. El dios les respondió que deberían dar a Minos las satisfacciones que él eligiera.
Por tanto, los atenienses enviaron emisarios a Minos para que le preguntaran sus exigencias. Minos les ordenó enviar como alimento para el Minotauro siete muchachas y otros tantos muchachos desarmados. El Minotauro estaba encerrado en el laberinto, del que resultaba imposible salir a todo aquel que entrara, pues a base de enmarañadas sinuosidades se impedía la salida, que era ignorada. El laberinto lo había construido Dédalo, hijo de Eupálamo (hijo a su vez de Metión) y de Alcipe.
 (Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)

El Minotauro


El mitógrafo romano Higino (64 a. C. - 17 d. C.) en su Fábulas ofrece la siguiente información:
FÁBULA 41: MINOS
1. Minos, hijo de Júpiter y de Europa, luchaba contra los atenienses; su hijo Androgeo murió en combate. Después de haber vencido a los atenienses, estos empezaron a pagar un tributo a Minos. Este dispuso, además, que cada año enviaran siete hijos de los atenienses para alimentar al Minotauro.
 (Trad. de Guadalupe Morcillo, Madrid, Akal, 2008; con modificaciones)

domingo, 17 de febrero de 2013

DÉDALO

Dédalo se refugia en Creta, junto al rey Minos

Apolodoro (s. I - II d. C.) en su Biblioteca mitológica (Libro III 214-215) nos relata lo siguiente sobre Dédalo:
El laberinto de Creta lo había construido Dédalo, el hijo de Eupálamo (hijo a su vez de Metión) y de Alcipe. Dédalo era el mejor arquitecto y el primer inventor de estatuas. Había huido de Atenas por haber arrojado desde la acrópolis a Talo, el hijo de su hermana Pérdix, que era su discípulo; había sentido miedo de que, dado su ingenio, lo superase. En efecto, en una ocasión, Talo encontró una mandíbula de serpiente y serró con ella una madera fina. El cadáver de Talo fue descubierto y Dédalo, juzgado en el Areópago, fue condenado y escapó al lado de Minos, el rey de Creta. Entonces, cuando Pasífae se enamoró del toro de Posidón, Dédalo la sirvió ideando una vaca de madera y construyó el laberinto, al que cada año los atenienses enviaban siete muchachos y otras tantas muchachas como alimento para el Minotauro.
(Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)


El escritor romano Higino (64 a. C. - 17 d. C.) en sus Fábulas da una información semejante a la de Apolodoro, cambiando el nombre de su sobrino:
 Fábula 39
 Dédalo, hijo de Eupálamo, del que se dice que había recibido de Minerva el don de la artesanía, arrojó desde lo alto de un tejado a Perdiz, el hijo de su hermana, porque envidiaba su destreza, pues Perdiz había sido el primero en inventar la sierra. Por este crimen, Dédalo se marchó de Atenas al exilio, en Creta, junto al rey Minos.
(Trad. de Guadalupe Morcillo, Madrid, Akal, 2008; con modificaciones)



El poeta romano Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.), en sus Metamorfosis (Libro VIII 236 - 259) nos da la versión siguiente:
Colocaba Dédalo en el túmulo el cuerpo de su pobre hijo Ícaro, cuando lo vio desde una fangosa acequia una perdiz charlatana, que aplaudió con sus alas y manifestó su alegría cantando, ave entonces única, nunca vista en años anteriores y que, convertida en pájaro hacía poco, era para ti, Dédalo, un perpetuo reproche. En efecto, ignorando el destino, la hermana de Dédalo le había confiado su hijo para que lo educase, un muchacho de doce años cumplidos y espíritu capaz para las enseñanzas. Este incluso observó la espina central de un pez, tomó de ella modelo y talló una hilera de dientes en un hierro afilado, inventando así el uso de la sierra. También fue el primero que unió dos piezas de hierro mediante una juntura de manera que, separadas ambas piezas por una distancia constante, una permanece en su sitio y la otra traza un círculo. Dédalo sintió envidia y desde la sagrada ciudadela de Minerva lo arrojó de cabeza, fingiendo luego una caída. Pero la diosa Palas, protectora del talento, recogió al muchacho y lo convirtió en ave, y en medio de los aires lo cubrió de plumas. Aunque pájaro, su antigua fortaleza y vivacidad de ingenio pasó a las alas y a las patas; en cuanto al nombre, subsistió el que antes tenía, Perdiz. Sin embargo, esta ave no remonta mucho el vuelo ni hace sus nidos en las ramas ni en las altas cimas; revolotea cerca del suelo, pone sus huevos en los setos y tiene miedo a las alturas acordándose de su antigua caída.
(Trad. de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)


Dédalo, Pasífae y el toro

El siguiente relato lo hallamos también en la Biblioteca mitológica (Libro III 8 - 11) de Apolodoro (s. I - II d. C.)

Muerto Asterio sin descendencia, Minos quería reinar en Creta, pero encontró obstáculos. Él argumentaba que había conseguido el reino por la voluntad de los dioses y, para que eso fuese más creíble, decía que los dioses le concederían lo que les pidiera. Así pues, Minos le ofreció un sacrificio a Posidón y le rogó que apareciese un toro del fondo del mar, después de prometer que lo sacrificaría en cuanto hubiese aparecido. Posidón entonces le envió un toro excelente y, de esta manera, Minos se hizo con el reino. Pero al toro lo envió a sus rebaños y sacrificó otro. Minos fue el primero en dominar el mar y extendió su poder sobre casi todas las islas. Pero Posidón se irritó contra él por no haberle sacrificado el toro, volvió a este animal salvaje e hizo que Pasífae, la esposa de Minos, sintiera deseos por él.
Pasífae, enamorada del toro, utilizó a Dédalo como cómplice. Este era arquitecto y había huido de Atenas por un asesinato. Dédalo fabricó una vaca de madera sobre ruedas, la hizo hueca por dentro y la envolvió con la piel de una vaca desollada, poniéndola en el prado en el que el toro acostumbraba a pacer. Metió luego dentro a Pasífae y, así, el toro se precipitó y copuló como con una vaca de verdad.
Entonces Pasífae dio a luz a Asterio, el llamado Minotauro. Tenía este cara de toro y el resto de hombre. Pero Minos lo encerró en el laberinto obedeciendo a ciertos oráculos y le puso vigilancia. El laberinto, construido por Dédalo, era una prisión que a base de intrincados corredores burlaba la salida.

(Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)

Pasífae con el minotauro

Dédalo construye el laberinto de Creta

Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) nos relata en sus Metamorfosis (Libro VIII 155 - 168) lo siguiente:
Minos había visto crecer el oprobio de su familia; el vergonzoso adulterio de Pasífae era evidente por lo insólito del monstruo híbrido. Minos decide alejar de su casa esta infamia y encerrarlo en una mansión intrincada, en una morada tenebrosa. Dédalo, famosísimo por su pericia en el arte de la construcción, realiza la obra: enmaraña los puntos de referencias e induce a error a los ojos con las revueltas de múltiples pasadizos. Tal como el río frigio Meandro juega con sus límpidas aguas y con zigzagueante curso fluye y refluye, y saliendo a su propio encuentro contempla las olas que han de llegar y, encarando unas veces sus fuentes y otras el mar abierto, arrastra unas aguas sin rumbo cierto, así Dédalo llena de rodeos los innumerables pasadizos y a duras penas pudo volver él mismo a la entrada: tan grande es la trampa de aquel edificio.
(Trad. de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)  

Dédalo escapa de Creta

Apolodoro (s. I -II d. C.) nos suministra la siguiente información en su Biblioteca mitológica (Epítome I 10 - 12):
Cuando Minos se enteró de la huida de Teseo y de sus compañeros, encerró en el laberinto a Dédalo como responsable junto con su hijo Ícaro, que le había nacido de Náucrate, una esclava de Minos. Pero Dédalo se construyó unas alas para sí y para su hijo y a este, en el momento en el que echaba a volar, le recomendó que no volase hacia lo alto, no fuese que la cola se derritiese por el sol y las plumas se despegaran, ni tampoco cerca del mar, para que las alas no se desligaran por la humedad. Pero Ícaro, encantado, descuidando las instrucciones de su padre, empezó a elevarse cada vez más hasta que, fundida la cola, cayó en el mar Icario, así llamado por su nombre, y murió.
En cambio, Dédalo continuó sano y salvo hacia Camico en Sicilia. Pero Minos persiguió a Dédalo y, por cada país que rastreaba, llevaba una concha de caracol y prometía dar una gran recompensa a aquel que hiciera pasar un hilo a través de la concha, pensando que de esta manera encontraría a Dédalo. Cuando Minos llegó a Camico de Sicilia, a la corte de Cócalo, junto al cual se ocultaba Dédalo, le mostró la concha. Cócalo la cogió y le prometió que haría pasar el hilo, por ello se la entregó a Dédalo. Este le ató el hilo a una hormiga, agujereó la concha y dejó pasar a la hormiga por las espirales. Cuando Minos encontró que el hilo había pasado, supo que Dédalo estaba en la corte de Cócalo y enseguida se lo reclamó. Cócalo prometió entregárselo y hospedó a Minos. Pero este, bañado por las hijas de Cócalo, fue asesinado; en cambio algunos dicen que murió rociado con agua hirviendo.
(Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)