miércoles, 12 de diciembre de 2012

PROMETEO (III)

El siguiente relato lo encontramos en la obra Trabajos y Días (versos 47 y siguientes) del poeta griego Hesíodo (s. VIII a. C.):
Prometeo y Pandora
Zeus les escondió el sustento a los hombres, porque estaba irritado en su corazón, puesto que lo había engañado Prometeo, de mente tortuosa. Por ello, Zeus dispuso tristes preocupaciones para los hombres y les ocultó el fuego. Pero, a su vez, Prometeo, el noble hijo de Jápeto, se lo robó para los hombres al providente Zeus, escondiéndolo en el hueco de una cañaheja, sin que se diera cuenta Zeus que se alegra con el rayo. Y lleno de cólera dijo Zeus el amontonador de nubes:
"¡Hijo de Jápeto, que a todos aventajas en astucia, te alegras de haberme robado el fuego y de haberme engañado, gran calamidad para ti mismo y para los hombres futuros! Yo, a cambio del fuego, les daré un gran mal con el que todos se alegren en su corazón, complaciéndose en su propia desgracia!"
Así habló y se echó a reír el padre de hombres y dioses, y ordenó al muy ilustre Hefesto que inmediatamente mezclara tierra con agua, que formara una hermosa y encantadora figura de doncella que igualara en el rostro a las diosas inmortales y que le infundiera voz humana y fuerza . Luego ordenó que Atenea le enseñara sus labores, a tejer la tela de fino trabajo. A la dorada Afrodita le mandó que derramara sobre su cabeza la gracia, un irresistible deseo y cautivadores encantos; y a Hermes, el mensajero Argifonte, le encargó que pusiera en ella un espíritu cínico y un carácter voluble.
Así habló y ellos obedecieron al soberano Zeus, hijo de Crono. Inmediatamente Hefesto, el ilustre patizambo, modeló con tierra una figura parecida a una casta doncella, por voluntad del hijo de Crono. La diosa Atenea de ojos brillantes ciñó su cintura y la vistió. Alrededor de su cuello las divinas Gracias y la venerable Persuasión le colocaron collares de oro; las Horas de hermosos cabellos la coronaron con flores de primavera. Palas Atenea colocó en su cuerpo toda clase de adornos. Luego, Hermes, el mensajero Argifonte, creó en su pecho mentiras, palabras aduladoras y un carácter voluble, por voluntad de Zeus gravitonante. Hermes, el mensajero de los dioses, le infundió el habla y dio a esta mujer el nombre de Pandora, porque todos los dioses que habitan el Olimpo le concedieron un regalo, desgracia para los hombres que se alimentan de pan.


 Después de cumplir su duro e irremediable engaño, el padre Zeus envió hacia Epimeteo al ilustre Hermes, rápido mensajero, con el regalo de los dioses. Y no se acordó Epimeteo de que Prometeo le había dicho que no aceptara nunca un regalo de Zeus Olímpico, sino que lo devolviera de nuevo para evitar que pudiera ser perjudicial para los mortales. Pero Epimeteo lo recibió y sólo cuando el mal ya no tenía remedio, se dio cuenta.
Pues antes las tribus de hombres vivían sobre la tierra sin penas y libres del duro trabajo y de las penosas enfermedades que ocasionan la muerte a los hombres. Pero aquella mujer, al quitar con sus manos la gran tapa de la tinaja que llevaba, dispersó los males y preparó para los hombres tristes calamidades. Únicamente quedó dentro de las indestructibles paredes de la tinaja la Esperanza y no salió volando hacia la puerta, pues antes Pandora le había puesto la tapa a la tinaja, por voluntad de Zeus portador de la égida y amontonador de nubes.
Pandora abre la tinaja de los males

Y ahora innumerables males revolotean entre los hombres. La tierra y el mar están llenos de desgracias. Unas enfermedades de día y otras de noche van y vienen a su antojo, llevando dolores a los mortales en silencio, porque el prudente Zeus les privó de la voz. Así, no hay ningún medio de escapar de los designios de Zeus.

(Trad. de Mª Antonia Corbera, Madrid, Akal, 1990; con modificaciones)

martes, 11 de diciembre de 2012

PROMETEO (II)

La Biblioteca mitológica de Apolodoro (s. I - II d. C.) recoge lo siguiente (Libro I 45 - 46):
Prometeo, después de modelar a los hombres con agua y con tierra, les dio también el fuego, ocultándolo en una vara, a escondidas de Zeus. Pero cuando este se enteró, le ordenó a Hefesto que clavase el cuerpo de Prometeo en el monte Cáucaso (este es un monte de Escitia). Clavado en él, Prometeo estuvo atado durante muchos años. Cada día caía sobre él un águila que le devoraba los lóbulos del hígado; hígado que volvía a crecer por la noche. Esta fue la pena que cumplió Prometeo por robar el fuego, hasta que al fin lo liberó Hércules, como explicaremos en los capítulos dedicados a Hércules.
(Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)

Castigo de Prometeo

El mitógrafo romano Gayo Julio Higino (64 a.C. - 17 d. C.) también habla de Prometeo en sus Fábulas:
Fábula 142: PANDORA
Prometeo, hijo de Jápeto, fue el primero en modelar hombres de barro. Después Vulcano, siguiendo las órdenes de Júpiter, creó también de barro a la mujer, a la que Minerva dio la vida y cada uno de los dioses un regalo; por este motivo la llamaron Pandora y fue entregada en matrimonio a su hermano Epimeteo; de ella nació Pirra, de la que se dice que fue creada la primera mortal.

Fábula 144: PROMETEO
1. Antes los hombres pedían el fuego a los inmortales y no sabían cómo mantenerlo para siempre. Después Prometeo lo llevó a la tierra en una férula y les enseñó a los hombres cómo mantenerlo cubierto con cenizas. 2. Por esto, siguiendo las órdenes de Júpiter, Mercurio lo sujetó a una roca con clavos de hierro en el monte Cáucaso y colocó junto a él un águila que le comía el corazón; cuanto comía de día, se rehacía de noche. Después de treinta mil años, Hércules mató al águila y lo liberó.
 (Trad. de Guadalupe Morcillo Expósito, Madrid, Akal, 2008; con modificaciones)

Prometeo y el águila


El mismo Higino, en su obra Astronomía (Libro II 15), presenta la siguiente información:
15. LA FLECHA
1. Al parecer, es una de las armas de Hércules con la que, se dice, mató al águila que se comía el hígado de Prometeo. Sobre este tema, parece oportuno decir algo más. Los antiguos hacían sacrificios a los dioses inmortales con la máxima devoción y estaban acostumbrados a quemar totalmente sus víctimas en la llama sagrada. Así, como los gastos eran excesivos y los pobres no podían ofrecer sacrificios, Prometeo, que gracias a su admirable ingenio se dice que había creado a los hombres, obtuvo de Júpiter que una parte de la víctima fuera arrojada al fuego y la otra se destinara a ser alimento. A la postre, la práctica ha hecho firme este hecho. Como esto había sido ordenado por el dios Júpiter de buena voluntad, no como si de un avaro se tratara, Prometeo sacrificó dos toros. Primero colocó en un altar sus hígados y juntó el resto de la carne de cada toro, recomponiéndolo en una sola pieza y cubriéndolo con una piel de buey. Los huesos los cubrió con el resto de la piel. Los colocó a la vista y le dio a Júpiter la posibilidad de elegir la parte que él quisiera. Este no hizo uso de su inteligencia divina ni, como le corresponde a un dios, fue todo lo previsor que debería haber sido, sino que, puesto que hemos tomado la decisión de creer las leyendas, engañado por Prometeo al confiar en que cada una de las partes era del toro, eligió la parte de los huesos. Así, después de esto, en los sacrificios solemnes y religiosos, tras ser consumida la carne de las víctimas, lo que queda, que es la parte que les había correspondido a los dioses, la queman en el mismo fuego.
 2. Pero volvamos a lo nuestro. Cuando Júpiter descubrió lo sucedido, enfurecido, arrebató a los mortales el fuego, para que el favor de Prometeo no prevaleciera sobre el poder de los dioses ni el uso de la carne les pareciera útil a los hombres, cuando ya no podía ser cocinada. En cuanto a Prometeo, acostumbrado a urdir engaños, pensaba en cómo devolver a los mortales el fuego que les había sido arrebatado por su culpa. Así, alejado de todo el mundo, llegó hasta el fuego de Júpiter, lo redujo y lo encerró en su vara. Gozoso, parecía volar más que correr y agitaba la vara, con el fin de que la emanación del humo, que estaba encerrado en esa angostura, no extinguiera la luz. Todavía hoy, en la mayoría de los casos, los hombres que anuncian una buena noticia llegan rápidos.Además en la competición de juegos se requiere a los corredores que empuñen una antorcha, tal y como hizo Prometeo.
Constelación de la Flecha

 3.Por este motivo, Júpiter, para devolver a los mortales un favor semejante, les entregó una mujer, que fue creada por Vulcano y a la que se concedió todo tipo de regalos gracias a la voluntad de los dioses. Se llamó Pandora. A Prometeo lo ató con una cadena de hierro en una montaña de Escitia, llamada Cáucaso. Según el tragediógrafo Esquilo, permaneció atado durante treinta mil años. Además Júpiter envió un águila para que le devorara constantemente el hígado, que volvía a renacer por la noche. Sobre esta águila hay quienes dicen que había nacido de Tifón y de Equidna; otros dicen que nació de la Tierra y del Tártaro; la mayoría ha mostrado que fue creada por las manos de Vulcano y que Júpiter le dio la vida.
 4. Esto es lo que se nos ha transmitido sobre su liberación. Júpiter, seducido por la belleza física de Tetis, la solicitaba en matrimonio, pero sólo obtenía negativas de la temerosa jovencita. Por aquel entonces - dicen - las Parcas profetizaron el destino que la propia naturaleza quiso que se llevara a cabo. Dijeron, ciertamente, que el que se casara con Tetis tendría un hijo que gobernaría con mayor gloria que su padre. Prometeo, que no por su propia voluntad, sino por necesidad, estaba alerta, anunció a Júpiter lo que había oído. Júpiter, temeroso por lo que en circunstancias semejantes le había hecho a su padre Saturno, para que no le obligaran a abandonar el reino celeste, desechó la idea de tomar a Tetis por esposa y a Prometeo, por su buena acción, le expresó su merecido agradecimiento y lo liberó de las cadenas. Pero había jurado que no lo dejaría totalmente libre, sino que, como recuerdo, le ordenó que rodeara un dedo con una y otra materia, esto es, con piedra y con hierro. Los hombres han tomado esta costumbre, con la que parecen satisfacer a Prometeo, y comenzaron a tener anillos cerrados de piedra y de hierro. Algunos, incluso, han dicho que tuvo una corona para que se dijera que él, victorioso, había cometido una falta impunemente. Así pues, los hombres decidieron llevar coronas en situaciones de máxima alegría y en las victorias. Esto se puede ver en las competiciones y en los banquetes.
5. Pero creo que debo volver al principio del asunto y a la muerte del águila. Euristeo envió a Hércules en busca de las manzanas de las Hespérides. Hércules, que no conocía el camino, llegó hasta Prometeo, que, como hemos dicho más arriba, había sido encadenado en el monte Cáucaso. Prometeo le mostró el camino; cuando Hércules volvió vencedor, aseguró que el dragón había muerto y le dio gracias a Prometeo por su ayuda. Inmediatamente, le rindió en la medida de sus posibilidades todo el honor que merecía. Sorteada esta adversidad, los hombres decidieron que consumirían en el altar de los dioses los hígados de sus víctimas sacrificadas, para que pareciera que se saciaban en compensación por las vísceras de Prometeo. (...)
(Trad. de Guadalupe Morcillo, Akal, Madrid, 2008; con modificaciones)
 

domingo, 9 de diciembre de 2012

PROMETEO (I)

El poeta griego Hesíodo (s. VIII a. C.), en su Teogonía (versos 507 y siguientes), nos refiere lo siguiente:
Genealogía de Prometeo
Jápeto desposó a una joven oceánide de hermosos tobillos, Clímene, y subió a su mismo lecho. Esta dio a luz un hijo, Atlante, de atrevido corazón. Y dio a luz al ilustre Menecio, al hábil y astuto Prometeo y al torpe Epimeteo [...]
El castigo de Prometeo
Al hábil Prometeo Zeus lo ató con inquebrantables ligaduras, dolorosas cadenas, y las hizo pasar por una columna y sobre él envió un águila de alas desplegadas. Esta le comía el hígado inmortal, pero este crecía durante la noche por todas partes en la misma medida en que durante el día devoraba el ave de grandes alas. Pero el valiente hijo de Alcmena de bellos tobillos, Hércules, la mató y apartó aquel castigo cruel del hijo de Jápeto y lo liberó de sus penas, no en contra de la voluntad de Zeus Olímpico, que reina en las alturas, sino para que la gloria de Hércules, nacido en Tebas, fuera incluso mayor que antes sobre la tierra fecunda. Por estos deseos honraba Zeus a su ilustre hijo Hércules y, aunque airado, puso fin a la cólera que tenía antes porque Prometeo se había opuesto a los designios de Zeus, el muy poderoso hijo de Crono.
Castigo de Prometeo

El engaño del sacrificio
En efecto, cuando dioses y hombres mortales se separaron en Mecona, Prometeo presentó un buey que había troceado con gran cuidado, tratando de engañar la mente de Zeus. Pues, por un lado, puso las carnes y las sabrosas entrañas entre la piel, cubiertas con el vientre del buey. Por el otro lado, con arte engañosa, colocó los blancos huesos del buey, cubiertos con brillante grasa. Entonces Zeus, padre de hombres y dioses, le dijo: "¡Hijo de Jápeto, el más ilustre de todos los dioses, amigo mío, qué injustamente hiciste las partes!".
Así habló con gran sarcasmo Zeus, que conoce inmortales consejos. Le contestó Prometeo de mente tortuosa con una suave sonrisa sin olvidar su pérfido engaño: "¡Zeus, el más glorioso y poderoso de los dioses sempiternos! De estas dos partes elige la que en tu pecho te dicte tu corazón". Así habló Prometeo con engaño. Y Zeus, que conoce planes eternos, se dio cuenta y no le pasó inadvertido el engaño, pero en su corazón meditaba calamidades para los hombres mortales y tenía intención de cumplirlas.
 Zeus, con ambas manos, retiró la blanca grasa. Se encolerizó en sus entrañas y la ira le llegó al corazón cuando vio los blancos huesos del buey a causa del engañoso artificio. Desde entonces los hombres queman blancos huesos para los dioses inmortales en perfumados altares. A Prometeo le habló muy indignado Zeus, el amontonador de nubes: "¡Hijo de Jápeto, conocedor de todo tipo de artimañas, amigo mío, en verdad que no has olvidado el arte de los engaños!". Así habló, irritado, Zeus, que conoce inmortales planes eternos. Y, desde entonces, recordando siempre el engaño ya no dirigió sobre los fresnos la llama del fuego infatigable en beneficio de los hombres mortales que habitan sobre la tierra.
El engaño del fuego
Sin embargo, Prometeo, el valeroso hijo de Jápeto, engañó otra vez a Zeus, escondiendo la llama del fuego infatigable, que se ve de lejos, en el hueco de una caña. Hirió con esto el corazón de Zeus, que truena en las alturas, e irritó su corazón cuando vio entre los hombres la llama del fuego que se ve de lejos.
Prometeo roba el fuego
Creación de la mujer
Enseguida, a cambio del fuego, preparó Zeus un mal para los hombres. Pues Hefesto, ilustre patizambo, modeló con tierra una figura parecida a una casta doncella, por voluntad de Zeus, el hijo de Crono. Y la diosa Atenea, de ojos brillantes, le colocó un cinturón y la adornó con un manto de resplandeciente blancura y le puso en la cabeza un velo artísticamente labrado con sus manos, maravilla de ver. Alrededor de su cabeza, Palas Atenea le colocó hermosas coronas hechas de flores frescas. En su cabeza el muy glorioso Hefesto puso una corona de oro que había forjado él mismo, trabajándola con sus manos, para agradar a su padre Zeus. En la corona había labrado artísticamente, maravilla de ver, todos los monstruos formidables que crían la tierra y el mar. Labró en la corona muchos monstruos aquel y en todos resplandecía la gracia, admirables, semejantes a seres vivos dotados de voz.
Creación de la mujer
Después de fabricar este bello mal, a cambio de un bien, la llevó donde estaban los otros dioses y hombres, admirablemente adornada por la diosa de ojos brillantes, Atenea, hija del poderoso Zeus. Y el estupor se apoderó de los dioses inmortales y de los hombres mortales cuando vieron el profundo engaño destinado a los hombres. Pues de ella desciende la estirpe de femeninas mujeres; de ella procede el linaje funesto y las tribus de mujeres, gran desgracia para los mortales; viven con los hombres como compañeras sin adaptarse a la maldita pobreza, sino a la abundancia. Del mismo modo que en las abovedadas colmenas las abejas alimentan a los zánganos, ocupados en obras malvadas, mientras que aquellas durante todo el día hasta la puesta de sol, a diario se afanan y forman blancos panales de miel, en tanto que los zánganos, permaneciendo dentro, en los bien cubiertos panales, recogen en su vientre el fruto de la fatiga ajena; de la misma manera también, como un mal para los hombres mortales, Zeus, que resuena en las alturas, creó a las mujeres, que se ocupan de obras nocivas. Un mal les dio en compensación de un bien. [...]
Así, no es posible engañar ni escapar de la voluntad de Zeus; pues ni siquiera el hijo de Jápeto, el bienhechor Prometeo, pudo escapar de la terrible cólera de aquel, sino que por la fuerza, a pesar de ser muy astuto, se vio sujeto por una fuerte cadena.

(Trad. de Mª Antonia Corbera, Madrid, Akal, 1990; con modificaciones)

sábado, 1 de diciembre de 2012

ORFEO

El poeta épico Apolonio de Rodas (s. III a. C.) en su obra Las Argonáuticas (Libro I, versos 23 y siguientes) presenta a los héroes que acompañaron a Jasón en su expedición a la Cólquide; Orfeo es uno de esos héroes y de él se dice:
Primero, pues, recordemos a Orfeo, al que en tiempos la propia Calíope, unida al tracio Eagro, había dado a luz cerca de la cima de Pimplea. Dicen de él que encantaba en los montes los duros peñascos y las corrientes de los ríos con el son de sus cánticos. Y las silvestres encinas, testimonio del poder de su música, sobre la costa tracia de Zona avanzan frondosas en orden espeso, aquellas encinas que, hechizadas con su lira, hizo descender desde Pieria. Tal era Orfeo, soberano de la Pieria bistónide, al que Jasón, el hijo de Esón, acogió como auxiliar en su aventura, siguiendo los consejos de Quirón.
(Trad. de Máximo Brioso, Madrid, Cátedra, 1986; con modificaciones)


Eratóstenes de Cirene (s. III a. C.) en su obra Catasterismos, una especie de mitología del firmamento, cuando explica la constelación de la Lira (cap. 24), relata esto:
La Lira se halla en noveno lugar, y pertenece a las Musas. Hermes la fabricó por vez primera, a partir de una tortuga y de las vacas de Apolo. Tuvo siete cuerdas, o bien por los siete planetas, o bien por las Atlántides. Pasó a poder de Apolo, que le unió el canto en armonía y, tras componer una canción, se la entregó a Orfeo. Este, que era hijo de Calíope, una de las Musas, hizo que las cuerdas fueran nueve, por el número de las Musas. Orfeo sobresalió mucho entre los hombres, alcanzando tanta fama que existió sobre él la creencia de que amansaba las fieras mediante su canto. Después de descender al Hades en busca de su mujer y de ver cómo era aquel lugar, no honró ya a Dioniso (gracias al cual había alcanzado su fama), pero, en cambio, consideró a Helio el más grande de los dioses, al que también llamó Apolo. Tras despertar de noche, cerca del amanecer, y subir al monte Pangeo, aguardó la salida del sol para ver la aparición de Helio. Por ello, Dioniso, enfurecido, le envió a las Basárides, según  dice Esquilo, el poeta trágico. Estas lo despedazaron y arrojaron sus miembros a diferentes lugares. Pero las Musas los reunieron y los enterraron en los llamados Libetros. Como no tenían a quien darle la lira, le pidieron a Zeus que la transformara en una constelación, para que quedara memoria de Orfeo y de las Musas entre las constelaciones. Zeus accedió, y quedó así colocada. Posee una cualidad que hace referencia a la desgracia de Orfeo: se oculta en cada estación. La Lira tiene una estrella en cada cuerno, una también en el extremo de cada codo, una en cada brazo, una en el puente, una en la base, blanca y brillante. Ocho en total.
(Trad. de Manuel Sanz Morales, Madrid, Akal, 2002; con modificaciones)

Constelación de la Lira


El mitógrafo Apolodoro (s. II d. C.) en su Biblioteca mitológica (Libro I 14 - 15) expone lo siguiente:

De Calíope y de Eagro, o de Apolo, según se dice, nacieron Lino, al que mató Hércules, y Orfeo, que practicaba el canto con cítara y movía piedras y árboles. Cuando murió su mujer, Eurídice, mordida por una serpiente, bajó al Hades con la intención de subirla y convenció a Plutón de que la enviase hacia arriba. Este prometió que lo haría si Orfeo, al marcharse, no se diera la vuelta hasta llegar a su casa; pero él, desconfiado, se volvió y miró a su mujer, que de nuevo regresó abajo. Orfeo, por otra parte, inventó los misterios de Dioniso y fue enterrado en Pieria, después de ser despedazado por las ménades.
(Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)



El mitógrafo romano Higino (64 a. C. - 17 d. C. ) en su Fábula 164 recoge la información que sigue:

3. [...] Orfeo se enamoró de la ninfa Eurídice, la cautivó con el sonido de su cítara y se casó con ella. Mientras el pastor Aristeo, enamorado de ella, la perseguía, en la huida cayó sobre una serpiente y murió. Su marido bajó a los Infiernos y aceptó la condición de que no volvería el rostro para mirarla. Pero se dio la vuelta para observarla y, nuevamente, la perdió.
(Trad. de Guadalupe Morcillo, Madrid, Akal, 2008)


ORFEO Y EURÍDICE

Seguimos el relato de las Metamorfosis (Libro X, versos 1 - 77) del poeta romano Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.):

Una boda con malos presagios

    Desde allí por el inmenso cielo se aleja el dios del matrimonio, Himeneo, cubierto con un manto color azafrán, y se dirige hacia la orilla de los cícones en las tierras de Tracia. En vano invoca la voz de Orfeo a este dios. Himeneo, sin duda, estuvo presente en el enlace de Orfeo y Eurídice, pero no llevó palabras solemnes ni rostros alegres ni un augurio favorable. Incluso la antorcha que sostenía centelleó sin parar con humo lacrimógeno, sin encontrar ningún fuego en sus movimientos. El desenlace de todo fue peor que el presagio.

Orfeo y Eurídice


Muerte de Eurídice y descenso a los infiernos

    En efecto, cuando Eurídice, la novia, paseaba por un prado acompañada de un grupo de náyades, murió al sufrir en el tobillo la mordedura de una serpiente. Después de llorarla mucho Orfeo, lanzando sus lamentos hasta las brisas celestiales, y para no dejar de tantear incluso a las sombras de los muertos, se atrevió a descender hasta la Estige por la puerta del Ténaro; por entre gente sin cuerpo y fantasmas que habían recibido sepultura llegó ante Perséfone y Hades, el soberano que domina los desagradables mundos de las sombras, y, tras pulsar las cuerdas de su lira al ritmo de su canto, dijo así:

    "¡Dioses del mundo infernal, al que caemos todos los que nacemos mortales, si está permitido y me dejáis decir la verdad sin los rodeos de una boca falsa, no he bajado aquí para ver el tenebroso Tártaro ni para encadenar las tres gargantas de Cérbero, erizadas de culebras del mostruo meduseo. El motivo de mi viaje es mi esposa, sobre la que una vívora al ser pisada derramó su veneno y le arrebató sus prometedores años. Quise soportarlo y no diré que no le he intentado, pero venció el Amor. Este dios es bien conocido en las regiones de arriba; si lo es también aquí -lo dudo-, pero sospecho que también aquí lo es y, si el rumor de un antiguo rapto no ha mentido, a vosotros os unió también Amor. ¡Yo, por estos lugares llenos de miedo, por este Caos enorme y por el silencio de este inmenso reino, os suplico, volved a tejer el destino acortado de Eurídice! Todos acabamos viniendo aquí y, tardemos más o menos, nos dirigimos deprisa a un único lugar. Aquí nos encaminamos todos, esta es la última morada y vosotros habitáis los reinos más extensos del género humano. También Eurídice, cuando cumpla oportunamente los años que le corresponden, será de vuestro dominio: pido como regalo poder disfrutar de ella unos años más. Pero si los destinos le niegan este favor a mi esposa, he decidido no regresar: alegraos así con la muerte de los dos."


    Mientras decía esto y movía las cuerdas al son de sus palabras, lloraban por él las almas sin vida: Tántalo no intentó coger el agua huidiza, quedó parada la rueda de Ixíon, las aves no arrancaron el hígado de Prometeo, quedaron libres de urnas las Bélidas, y tú, Sísifo, te sentaste en tu propia roca. Entonces por primera vez, se dice, las mejillas de las Euménides, vencidas por el canto, se humedecieron de lágrimas; ni Perséfone, la regia esposa, ni Hades, quien rige lo más profundo, se atreven a decir que no a quien suplica y llama a Eurídice. Ella estaba entre las sombras recientes y avanzó con paso lento a causa de la herida. El rodopeo Orfeo la recibió con la condición de no volver atrás sus ojos hasta haber salido de los valles del Averno o el regalo quedaría sin efecto.

Trágico desenlace

    Orfeo y Eurídice toman un camino en pendiente a través de mudos silencios, abrupto, oscuro, lleno de densa niebla. Y no estaban lejos del límite de la tierra de arriba: allí, temiendo que desfalleciera y ansioso por verla, volvió el enamorado los ojos y, en ese instante, ella cayó de nuevo y, extendiendo sus brazos y luchando por ser alcanzada y alcanzar, la desgraciada no coge nada sino las brisas que se le escapan. Y al morir ya de nuevo, no se quejó para nada de su esposo (pues, ¿de qué se podía quejar salvo de ser amada?), dio el último "adiós" que ya apenas aquel recibió en sus oídos y de nuevo volvió al mismo lugar.

Orfeo y Eurídice (Rubens)

    Orfeo, con la doble muerte de su esposa, quedó estupefacto, igual que aquel que quedó petrificado después de haber visto, lleno de miedo, los tres cuellos del perro Cérbero (cuyas cadenas lleva el cuello del medio) o igual que Óleno, quien se arrastró a sí mismo al crimen y quiso pasar por culpable, o igual que tú, confiada en tu belleza, desgracida Letea, corazones muy unidos en otro tiempo, ahora piedras, que sostiene el húmedo monte Ida.

    El barquero Caronte había rechazado a Orfeo, que en vano suplicaba para pasar de nuevo al mundo infernal. Sin embargo, Orfeo estuvo siete días sentado en la orilla, desaliñado y sin alimento, don de Ceres: la pena, el dolor de su alma y las lágrimas fueron su sustento. Tras quejarse de la crueldad de los dioses del Érebo, se retiró al elevado Ródope y al Hemo, azotado por los aquilones.

(Trad. de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)