sábado, 1 de diciembre de 2012

ORFEO Y EURÍDICE

Seguimos el relato de las Metamorfosis (Libro X, versos 1 - 77) del poeta romano Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.):

Una boda con malos presagios

    Desde allí por el inmenso cielo se aleja el dios del matrimonio, Himeneo, cubierto con un manto color azafrán, y se dirige hacia la orilla de los cícones en las tierras de Tracia. En vano invoca la voz de Orfeo a este dios. Himeneo, sin duda, estuvo presente en el enlace de Orfeo y Eurídice, pero no llevó palabras solemnes ni rostros alegres ni un augurio favorable. Incluso la antorcha que sostenía centelleó sin parar con humo lacrimógeno, sin encontrar ningún fuego en sus movimientos. El desenlace de todo fue peor que el presagio.

Orfeo y Eurídice


Muerte de Eurídice y descenso a los infiernos

    En efecto, cuando Eurídice, la novia, paseaba por un prado acompañada de un grupo de náyades, murió al sufrir en el tobillo la mordedura de una serpiente. Después de llorarla mucho Orfeo, lanzando sus lamentos hasta las brisas celestiales, y para no dejar de tantear incluso a las sombras de los muertos, se atrevió a descender hasta la Estige por la puerta del Ténaro; por entre gente sin cuerpo y fantasmas que habían recibido sepultura llegó ante Perséfone y Hades, el soberano que domina los desagradables mundos de las sombras, y, tras pulsar las cuerdas de su lira al ritmo de su canto, dijo así:

    "¡Dioses del mundo infernal, al que caemos todos los que nacemos mortales, si está permitido y me dejáis decir la verdad sin los rodeos de una boca falsa, no he bajado aquí para ver el tenebroso Tártaro ni para encadenar las tres gargantas de Cérbero, erizadas de culebras del mostruo meduseo. El motivo de mi viaje es mi esposa, sobre la que una vívora al ser pisada derramó su veneno y le arrebató sus prometedores años. Quise soportarlo y no diré que no le he intentado, pero venció el Amor. Este dios es bien conocido en las regiones de arriba; si lo es también aquí -lo dudo-, pero sospecho que también aquí lo es y, si el rumor de un antiguo rapto no ha mentido, a vosotros os unió también Amor. ¡Yo, por estos lugares llenos de miedo, por este Caos enorme y por el silencio de este inmenso reino, os suplico, volved a tejer el destino acortado de Eurídice! Todos acabamos viniendo aquí y, tardemos más o menos, nos dirigimos deprisa a un único lugar. Aquí nos encaminamos todos, esta es la última morada y vosotros habitáis los reinos más extensos del género humano. También Eurídice, cuando cumpla oportunamente los años que le corresponden, será de vuestro dominio: pido como regalo poder disfrutar de ella unos años más. Pero si los destinos le niegan este favor a mi esposa, he decidido no regresar: alegraos así con la muerte de los dos."


    Mientras decía esto y movía las cuerdas al son de sus palabras, lloraban por él las almas sin vida: Tántalo no intentó coger el agua huidiza, quedó parada la rueda de Ixíon, las aves no arrancaron el hígado de Prometeo, quedaron libres de urnas las Bélidas, y tú, Sísifo, te sentaste en tu propia roca. Entonces por primera vez, se dice, las mejillas de las Euménides, vencidas por el canto, se humedecieron de lágrimas; ni Perséfone, la regia esposa, ni Hades, quien rige lo más profundo, se atreven a decir que no a quien suplica y llama a Eurídice. Ella estaba entre las sombras recientes y avanzó con paso lento a causa de la herida. El rodopeo Orfeo la recibió con la condición de no volver atrás sus ojos hasta haber salido de los valles del Averno o el regalo quedaría sin efecto.

Trágico desenlace

    Orfeo y Eurídice toman un camino en pendiente a través de mudos silencios, abrupto, oscuro, lleno de densa niebla. Y no estaban lejos del límite de la tierra de arriba: allí, temiendo que desfalleciera y ansioso por verla, volvió el enamorado los ojos y, en ese instante, ella cayó de nuevo y, extendiendo sus brazos y luchando por ser alcanzada y alcanzar, la desgraciada no coge nada sino las brisas que se le escapan. Y al morir ya de nuevo, no se quejó para nada de su esposo (pues, ¿de qué se podía quejar salvo de ser amada?), dio el último "adiós" que ya apenas aquel recibió en sus oídos y de nuevo volvió al mismo lugar.

Orfeo y Eurídice (Rubens)

    Orfeo, con la doble muerte de su esposa, quedó estupefacto, igual que aquel que quedó petrificado después de haber visto, lleno de miedo, los tres cuellos del perro Cérbero (cuyas cadenas lleva el cuello del medio) o igual que Óleno, quien se arrastró a sí mismo al crimen y quiso pasar por culpable, o igual que tú, confiada en tu belleza, desgracida Letea, corazones muy unidos en otro tiempo, ahora piedras, que sostiene el húmedo monte Ida.

    El barquero Caronte había rechazado a Orfeo, que en vano suplicaba para pasar de nuevo al mundo infernal. Sin embargo, Orfeo estuvo siete días sentado en la orilla, desaliñado y sin alimento, don de Ceres: la pena, el dolor de su alma y las lágrimas fueron su sustento. Tras quejarse de la crueldad de los dioses del Érebo, se retiró al elevado Ródope y al Hemo, azotado por los aquilones.

(Trad. de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)

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