sábado, 1 de diciembre de 2012

ORFEO

El poeta épico Apolonio de Rodas (s. III a. C.) en su obra Las Argonáuticas (Libro I, versos 23 y siguientes) presenta a los héroes que acompañaron a Jasón en su expedición a la Cólquide; Orfeo es uno de esos héroes y de él se dice:
Primero, pues, recordemos a Orfeo, al que en tiempos la propia Calíope, unida al tracio Eagro, había dado a luz cerca de la cima de Pimplea. Dicen de él que encantaba en los montes los duros peñascos y las corrientes de los ríos con el son de sus cánticos. Y las silvestres encinas, testimonio del poder de su música, sobre la costa tracia de Zona avanzan frondosas en orden espeso, aquellas encinas que, hechizadas con su lira, hizo descender desde Pieria. Tal era Orfeo, soberano de la Pieria bistónide, al que Jasón, el hijo de Esón, acogió como auxiliar en su aventura, siguiendo los consejos de Quirón.
(Trad. de Máximo Brioso, Madrid, Cátedra, 1986; con modificaciones)


Eratóstenes de Cirene (s. III a. C.) en su obra Catasterismos, una especie de mitología del firmamento, cuando explica la constelación de la Lira (cap. 24), relata esto:
La Lira se halla en noveno lugar, y pertenece a las Musas. Hermes la fabricó por vez primera, a partir de una tortuga y de las vacas de Apolo. Tuvo siete cuerdas, o bien por los siete planetas, o bien por las Atlántides. Pasó a poder de Apolo, que le unió el canto en armonía y, tras componer una canción, se la entregó a Orfeo. Este, que era hijo de Calíope, una de las Musas, hizo que las cuerdas fueran nueve, por el número de las Musas. Orfeo sobresalió mucho entre los hombres, alcanzando tanta fama que existió sobre él la creencia de que amansaba las fieras mediante su canto. Después de descender al Hades en busca de su mujer y de ver cómo era aquel lugar, no honró ya a Dioniso (gracias al cual había alcanzado su fama), pero, en cambio, consideró a Helio el más grande de los dioses, al que también llamó Apolo. Tras despertar de noche, cerca del amanecer, y subir al monte Pangeo, aguardó la salida del sol para ver la aparición de Helio. Por ello, Dioniso, enfurecido, le envió a las Basárides, según  dice Esquilo, el poeta trágico. Estas lo despedazaron y arrojaron sus miembros a diferentes lugares. Pero las Musas los reunieron y los enterraron en los llamados Libetros. Como no tenían a quien darle la lira, le pidieron a Zeus que la transformara en una constelación, para que quedara memoria de Orfeo y de las Musas entre las constelaciones. Zeus accedió, y quedó así colocada. Posee una cualidad que hace referencia a la desgracia de Orfeo: se oculta en cada estación. La Lira tiene una estrella en cada cuerno, una también en el extremo de cada codo, una en cada brazo, una en el puente, una en la base, blanca y brillante. Ocho en total.
(Trad. de Manuel Sanz Morales, Madrid, Akal, 2002; con modificaciones)

Constelación de la Lira


El mitógrafo Apolodoro (s. II d. C.) en su Biblioteca mitológica (Libro I 14 - 15) expone lo siguiente:

De Calíope y de Eagro, o de Apolo, según se dice, nacieron Lino, al que mató Hércules, y Orfeo, que practicaba el canto con cítara y movía piedras y árboles. Cuando murió su mujer, Eurídice, mordida por una serpiente, bajó al Hades con la intención de subirla y convenció a Plutón de que la enviase hacia arriba. Este prometió que lo haría si Orfeo, al marcharse, no se diera la vuelta hasta llegar a su casa; pero él, desconfiado, se volvió y miró a su mujer, que de nuevo regresó abajo. Orfeo, por otra parte, inventó los misterios de Dioniso y fue enterrado en Pieria, después de ser despedazado por las ménades.
(Trad. de José Calderón Felices, Madrid, Akal, 1987; con modificaciones)



El mitógrafo romano Higino (64 a. C. - 17 d. C. ) en su Fábula 164 recoge la información que sigue:

3. [...] Orfeo se enamoró de la ninfa Eurídice, la cautivó con el sonido de su cítara y se casó con ella. Mientras el pastor Aristeo, enamorado de ella, la perseguía, en la huida cayó sobre una serpiente y murió. Su marido bajó a los Infiernos y aceptó la condición de que no volvería el rostro para mirarla. Pero se dio la vuelta para observarla y, nuevamente, la perdió.
(Trad. de Guadalupe Morcillo, Madrid, Akal, 2008)


No hay comentarios:

Publicar un comentario