domingo, 9 de diciembre de 2012

PROMETEO (I)

El poeta griego Hesíodo (s. VIII a. C.), en su Teogonía (versos 507 y siguientes), nos refiere lo siguiente:
Genealogía de Prometeo
Jápeto desposó a una joven oceánide de hermosos tobillos, Clímene, y subió a su mismo lecho. Esta dio a luz un hijo, Atlante, de atrevido corazón. Y dio a luz al ilustre Menecio, al hábil y astuto Prometeo y al torpe Epimeteo [...]
El castigo de Prometeo
Al hábil Prometeo Zeus lo ató con inquebrantables ligaduras, dolorosas cadenas, y las hizo pasar por una columna y sobre él envió un águila de alas desplegadas. Esta le comía el hígado inmortal, pero este crecía durante la noche por todas partes en la misma medida en que durante el día devoraba el ave de grandes alas. Pero el valiente hijo de Alcmena de bellos tobillos, Hércules, la mató y apartó aquel castigo cruel del hijo de Jápeto y lo liberó de sus penas, no en contra de la voluntad de Zeus Olímpico, que reina en las alturas, sino para que la gloria de Hércules, nacido en Tebas, fuera incluso mayor que antes sobre la tierra fecunda. Por estos deseos honraba Zeus a su ilustre hijo Hércules y, aunque airado, puso fin a la cólera que tenía antes porque Prometeo se había opuesto a los designios de Zeus, el muy poderoso hijo de Crono.
Castigo de Prometeo

El engaño del sacrificio
En efecto, cuando dioses y hombres mortales se separaron en Mecona, Prometeo presentó un buey que había troceado con gran cuidado, tratando de engañar la mente de Zeus. Pues, por un lado, puso las carnes y las sabrosas entrañas entre la piel, cubiertas con el vientre del buey. Por el otro lado, con arte engañosa, colocó los blancos huesos del buey, cubiertos con brillante grasa. Entonces Zeus, padre de hombres y dioses, le dijo: "¡Hijo de Jápeto, el más ilustre de todos los dioses, amigo mío, qué injustamente hiciste las partes!".
Así habló con gran sarcasmo Zeus, que conoce inmortales consejos. Le contestó Prometeo de mente tortuosa con una suave sonrisa sin olvidar su pérfido engaño: "¡Zeus, el más glorioso y poderoso de los dioses sempiternos! De estas dos partes elige la que en tu pecho te dicte tu corazón". Así habló Prometeo con engaño. Y Zeus, que conoce planes eternos, se dio cuenta y no le pasó inadvertido el engaño, pero en su corazón meditaba calamidades para los hombres mortales y tenía intención de cumplirlas.
 Zeus, con ambas manos, retiró la blanca grasa. Se encolerizó en sus entrañas y la ira le llegó al corazón cuando vio los blancos huesos del buey a causa del engañoso artificio. Desde entonces los hombres queman blancos huesos para los dioses inmortales en perfumados altares. A Prometeo le habló muy indignado Zeus, el amontonador de nubes: "¡Hijo de Jápeto, conocedor de todo tipo de artimañas, amigo mío, en verdad que no has olvidado el arte de los engaños!". Así habló, irritado, Zeus, que conoce inmortales planes eternos. Y, desde entonces, recordando siempre el engaño ya no dirigió sobre los fresnos la llama del fuego infatigable en beneficio de los hombres mortales que habitan sobre la tierra.
El engaño del fuego
Sin embargo, Prometeo, el valeroso hijo de Jápeto, engañó otra vez a Zeus, escondiendo la llama del fuego infatigable, que se ve de lejos, en el hueco de una caña. Hirió con esto el corazón de Zeus, que truena en las alturas, e irritó su corazón cuando vio entre los hombres la llama del fuego que se ve de lejos.
Prometeo roba el fuego
Creación de la mujer
Enseguida, a cambio del fuego, preparó Zeus un mal para los hombres. Pues Hefesto, ilustre patizambo, modeló con tierra una figura parecida a una casta doncella, por voluntad de Zeus, el hijo de Crono. Y la diosa Atenea, de ojos brillantes, le colocó un cinturón y la adornó con un manto de resplandeciente blancura y le puso en la cabeza un velo artísticamente labrado con sus manos, maravilla de ver. Alrededor de su cabeza, Palas Atenea le colocó hermosas coronas hechas de flores frescas. En su cabeza el muy glorioso Hefesto puso una corona de oro que había forjado él mismo, trabajándola con sus manos, para agradar a su padre Zeus. En la corona había labrado artísticamente, maravilla de ver, todos los monstruos formidables que crían la tierra y el mar. Labró en la corona muchos monstruos aquel y en todos resplandecía la gracia, admirables, semejantes a seres vivos dotados de voz.
Creación de la mujer
Después de fabricar este bello mal, a cambio de un bien, la llevó donde estaban los otros dioses y hombres, admirablemente adornada por la diosa de ojos brillantes, Atenea, hija del poderoso Zeus. Y el estupor se apoderó de los dioses inmortales y de los hombres mortales cuando vieron el profundo engaño destinado a los hombres. Pues de ella desciende la estirpe de femeninas mujeres; de ella procede el linaje funesto y las tribus de mujeres, gran desgracia para los mortales; viven con los hombres como compañeras sin adaptarse a la maldita pobreza, sino a la abundancia. Del mismo modo que en las abovedadas colmenas las abejas alimentan a los zánganos, ocupados en obras malvadas, mientras que aquellas durante todo el día hasta la puesta de sol, a diario se afanan y forman blancos panales de miel, en tanto que los zánganos, permaneciendo dentro, en los bien cubiertos panales, recogen en su vientre el fruto de la fatiga ajena; de la misma manera también, como un mal para los hombres mortales, Zeus, que resuena en las alturas, creó a las mujeres, que se ocupan de obras nocivas. Un mal les dio en compensación de un bien. [...]
Así, no es posible engañar ni escapar de la voluntad de Zeus; pues ni siquiera el hijo de Jápeto, el bienhechor Prometeo, pudo escapar de la terrible cólera de aquel, sino que por la fuerza, a pesar de ser muy astuto, se vio sujeto por una fuerte cadena.

(Trad. de Mª Antonia Corbera, Madrid, Akal, 1990; con modificaciones)

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