martes, 24 de marzo de 2015

PÍRAMO Y TISBE

    El siguiente relato aparece recogido en las Metamorfosis (Libro IV, versos 55 - 166 ) del poeta latino Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.)

    Píramo era el joven más bello de todos. Tisbe era la más hermosa de las jóvenes de oriente. Ambos vivían en casas cercanas en Babilonia, ciudad que Semíramis, según se cuenta, había rodeado de murallas de adobe. La cercanía de sus casas les hizo conocerse y dar los primeros pasos. Con el tiempo creció el amor, y se habrían unido en legítimo matrimonio, pero se opusieron sus padres. Sin embargo, los corazones de ambos ardían de amor por igual, y a eso sus padres no se podían oponer.

    Nadie lo sabía, pero ellos se hablaban por señas y gestos. El fuego del amor, cuanto más se ocultaba, más ardía. Una pared medianera de ambas casas tenía una pequeña grieta que se había producido hacía tiempo, cuando la casa se construía. Nadie se había dado cuenta de ese desperfecto en muchos años, pero vosotros, enamorados, fuisteis los primeros en verlo (¿de qué no se da cuenta el amor?). Gracias a esa grieta abristeis un camino para vuestra voz y por allí solían atravesar seguras en leve murmullo vuestras tiernas palabras.
 

    Con frecuencia, cuando Tisbe estaba a un lado de la pared, y Píramo al otro, y habían notado mutuamente la respiración de sus bocas, decían: "¿Por qué te interpones entre los enamorados, pared envidiosa? ¿Qué te cuesta dejar que nos encontremos o abrirte, al menos, para que podamos besarnos? Pero no somos desagradecidos, reconocemos que te debemos que nuestras palabras lleguen a oídos de la persona amada".

    Después de hablar así desde lados diferentes, al anochecer se dijeron adiós y cada uno, en su parte, dio besos que no llegaron al otro lado. La aurora del día siguiente había apartado los fuegos de la noche y el sol había secado con sus rayos las hierbas cubiertas de rocío: los amantes se reunieron en el lugar habitual. Entonces, tras lanzar muchos lamentos en voz baja, deciden engañar a sus guardianes en el silencio de la noche, intentar salir de casa y, fuera ya de sus hogares, abandonar también la ciudad. Para no perderse yendo por anchos campos, deciden reunirse junto al sepulcro de Nino y ocultarse a la sombra de un árbol. Allí había un árbol lleno de blancos frutos, un alto moral, que estaba al lado de una helada fuente. Los dos amantes aprueban ese plan.

    La luz del día, que les pareció lenta en alejarse, se sumergió en las aguas y de las aguas salió la noche. Astuta en medio de la oscuridad, Tisbe hace girar la bisagra de la puerta de su casa, sale, engaña a los suyos, con la cara cubierta llega al sepulcro de Nino y se sienta bajo el árbol, según habían acordado. El amor la hacía atrevida. He aquí que llega una leona con el hocico lleno de espuma y manchado de sangre, de la reciente matanza de unos bueyes. La leona iba a saciar su sed en el agua de la vecina fuente. La babilonia Tisbe vio a la leona de lejos bajo los rayos de la luna y huyó, asustada, a refugiarse en una oscura cueva. Mientras huía, se le cayó un velo. 

    Cuando la cruel leona aplacó la sed con agua abundante, de regreso al bosque se encontró casualmente con el fino velo que se le había caído a Tisbe y lo despedazó con su boca ensangrentada. Píramo salió de casa más tarde. Cuando llegó al lugar acordado, vio en el espeso polvo las huellas seguras de una fiera y su rostro se puso pálido. Pero cuando encontró la prenda teñida de sangre, dijo: "Una sola noche perderá a dos enamorados. De los dos, ella merecía una vida más larga. Mi alma es culpable. Yo, desdichada Tisbe, te he perdido, yo, que te invité a venir de noche a lugares llenos de miedo y no llegué antes aquí. Despedazad mi cuerpo y devorad mis entrañas criminales con fieros mordiscos, leones, quienesquiera que seáis los que habitáis bajo esta roca. Pero es un cobarde quien desea la muerte".

    Píramo levanta el velo de Tisbe, lo lleva consigo bajo el árbol acordado y derramando abundantes lágrimas y besando la conocida prenda, dice: "Recibe ahora también la bebida de mi sangre". La espada que llevaba a su cintura la clavó en su vientre y sin tardanza se la arrancó, moribundo, de la reciente herida y quedó tendido boca arriba en el suelo. La sangre salió despedida hacia arriba, como cuando en un plomo defectuoso se abre una hendidura y sale un largo chorro por un agujero estrecho y estridente rasgando el aire con sus golpes. Los blancos frutos del árbol, con las salpicaduras de sangre, se vuelven de aspecto oscuro y la raíz humedecida de sangre les da color a las moras que cuelgan ahora del color de la púrpura.

    Tisbe, sin estar aún repuesta del miedo, vuelve al árbol para no defraudar a su amado. Busca al joven con sus ojos y con su corazón. Desea contarle el peligro tan grande del que ha escapado. Pero, aunque reconoce el lugar y la forma del árbol que ha visto, el color del fruto la hace dudar: no sabe si este es el árbol. Mientras duda, ve temblorosa unos miembros palpitar en el suelo ensangrentado, retrocedió y con la cara más pálida que el boj quedó horrorizada, como la llanura del mar que tiembla cuando una breve brisa roza por su superficie. Una vez que se detuvo, reconoció a su amado, se golpeó sus brazos sin merecerlo entre grandes lamentos, se arrancó el cabello, abrazó el cuerpo amado, llenó de lágrimas sus heridas, mezcló el llanto con su sangre y, clavando sus besos en el rostro frío de su amado, gritó: "Píramo, ¿qué desgracia te ha separado de mí? ¡Píramo, responde! Tu amada Tisbe, querido, te llama por tu nombre. Escúchame y levanta tu cabeza del suelo". 

 https://nihilnovum.files.wordpress.com/2008/06/piramoytisbe.jpg

    A la llamada de Tisbe, Píramo levantó sus ojos ya pesados por la muerte, la miró y los volvió a cerrar. Cuando Tisbe reconoció su prenda y vio la vaina de marfil sin la espada, exclamó: "Tu propia mano y el amor te han perdido, desgraciado. Yo también tengo una mano fuerte para esto, también tengo amor. El amor me dará fuerzas para herirme. Te seguiré y se dirá que soy causa y compañera de tu muerte. ¡Ay! Solo con la muerte pudieron separarte de mí, ... pero ni con la muerte te separarán de mí. Pero las palabras de los dos os pedirán esto, desdichados padres míos y de este: que no veáis mal que sean sepultados en la misma tumba aquellos a los que unió un fiel amor hasta la muerte. Y tú, árbol que con tus ramas cubres ahora el cuerpo de uno solo y pronto cubrirás el de los dos, conserva las señales de la muerte y ten siempre frutos negros, apropiados para el luto en memoria de nuestra doble sangre".


    Así habló, y con la punta de la espada debajo de su pecho, cayó sobre el hierro todavía tibio por la muerte anterior. Y sus súplicas llegaron a los dioses y llegaron a sus padres, pues el color del fruto, cuando lo hay, es negro, y las cenizas de ambos amantes descansan en una sola urna.

(Traducción de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Alianza Editorial, Madrid, 1998; con modificaciones)

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