lunes, 9 de mayo de 2022

ARACNE

El siguiente relato aparece en Las Metamorfosis (libro VI, versos 1 - 145) del poeta romano Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.): 


Aracne, la extraordinaria bordadora

    La Tritonia Minerva había escuchado gustosamente estos relatos y había elogiado tanto los cantos de las Musas como su justa cólera. Y entonces se dijo: "Poco es alabar; que se me alabe a mí y no permita yo que mi divinidad sea despreciada impunemente". Y dirige su atención al destino de Aracne, de la región de Lidia, de la que había oído que no se consideraba inferior a la propia diosa Minerva en los primores del arte de la lana.

    Aracne no era ilustre por la posición ni por la nobleza de su familia, pero sí por su arte. Su padre Idmón, de la ciudad de Colofón, teñía la esponjosa lana con púrpura de la ciudad de Focea. Su madre había muerto, pero también ella había sido una mujer del pueblo y semejante a su marido. Aracne, sin embargo, se había ganado con su esfuerzo la fama en las ciudades de la región de Lidia, aunque, nacida en una casa humilde, vivía en la humilde ciudad de Hipepas.

La osadía de rivalizar con los dioses

    Para contemplar los admirables trabajos de Aracne muchas veces abandonaron las ninfas los viñedos de su monte Timolo y abandonaron sus aguas las ninfas del río Pactolo. Era agradable ver no solo los vestidos ya hechos, sino cómo los hacía (tanta elegancia tenía su trabajo), lo mismo si con la lana aún en bruto formaba los primeros ovillos, que si entre los dedos oprimía el material y suavizaba los mechones de lana, semejantes a neblinas, haciéndolos ir y venir en largos recorridos, y lo mismo si con su ligero pulgar hacía dar vueltas al torneado huso, que si dibujaba con la aguja: bien se veía que Minerva la había enseñado. Y, sin embargo, Aracne lo niega y, disgustada con una maestra tan excelente, dice: "Que compita conmigo. Si me vence, no me opondré a nada".


    Minerva adopta la figura de una vieja, se pone en las sienes canas falsas y sostiene además con un bastón sus miembros inseguros. A continuación empezó a hablar así: "No es despreciable todo lo que trae la edad avanzada. Con los muchos años viene la experiencia. No desprecies mi consejo: aspira tú a la máxima gloria entre los mortales en el trabajo de la lana, pero declárate inferior a la diosa Minerva y con palabras suplicantes pide perdón, temeraria, por tus pretensiones. Si tú se lo pides, la diosa te concederá su perdón".

    Aracne la mira ferozmente, abandona las hebras empezadas y, conteniendo a duras penas sus manos y manifestando su cólera en su rostro, contesta a la disfrazada Minerva con estas palabras: "Vienes privada de inteligencia y agotada por tu larga vejez. Mucho daña, en efecto, vivir demasiado. Que oiga esas palabras tu nuera, si la tienes, o, si no la tienes, tu hija. Suficiente consejo tengo yo en mí misma, y no creas que has logrado nada con tus advertencias: mi actitud sigue siendo la misma. ¿Por qué no viene la diosa en persona? ¿Por qué rehúsa esta competición?"

Aracne y Minerva compiten

    Entonces dijo la diosa: "Ya ha venido", y apartó la figura de vieja y mostró a Minerva. Adoran su divinidad las ninfas y las mujeres de Lidia. La joven Aracne es la única que no se asusta. Pero aun así enrojeció y un repentino rubor marcó a la fuerza su rostro y desapareció de nuevo, como suele el cielo ponerse de color púrpura cuando la Aurora comienza a moverse y, tras breve rato, palidecer con la salida del sol. Ella persiste en su decisión y con ambición de una necia victoria se lanza a su perdición. Pues no rehúsa Minerva, la hija de Júpiter, ni le hace más advertencias ni aplaza ya la competición.

    E inmediatamente colocan ambas en sitios distintos los dos telares y los tensan con fina urdimbre. La trama está sujeta al rodillo transversal, el peine separa unos de otros los hilos de la urdimbre, puntiagudas lanzaderas van haciendo pasar por medio la trama, que, desenvuelta por los dedos e introducida por entre los hilos de la urdimbre, es apisonada por los entallados dientes del peine contra el que golpea. 





    Las dos se dan prisa, y con los vestidos recogidos junto al pecho mueven con destreza los brazos, y su ardor no les deja darse cuenta de la fatiga. Allí se tejen tanto la púrpura que ha conocido el caldero de Tiro, como los delicados matices que son apenas distintos, a la manera como suele teñir con su inmensa curvatura un largo trecho de cielo el arcoíris, que surge cuando la lluvia atraviesa los rayos del sol. En el arcoíris, aunque brillan mil colores diversos, la transición misma, sin embargo, escapa a la mirada inquisitiva; hasta ese punto es lo mismo lo que toca y, sin embargo, los extremos están bien diferenciados. Allí también se incrusta oro en los hilos flexibles y se desarrolla en el tejido una antigua historia.

Descripción del bordado de Minerva

    Minerva borda en la acrópolis de Atenas el peñasco de Marte y la vieja disputa sobre el nombre del país. Doce divinidades, con Júpiter en el centro, están sentadas con augusta majestad en altos sitiales. El aspecto de cada uno de los dioses lo señala entre los demás: la imagen de Júpiter es la propia de un soberano. Minerva hace que Neptuno, el dios del mar, esté en pie y golpee las duras rocas con su largo tridente y hace que de la herida de la roca, de su entraña, brote un mar, regalo con el que se propone ganarse la ciudad. Minerva se borda a sí misma con un escudo, con una lanza de aguda punta, con un casco en la cabeza y con la égida que le protege el pecho y representa cómo la tierra, golpeada por la punta de su lanza, hace surgir una criatura vegetal, un olivo que blanquea, provisto de sus frutos, y cómo los dioses se admiran. Una Victoria es el remate de la obra.

    Pero para que Aracne, la rival de su obra, comprenda con ejemplos cuál es el premio que puede esperar por tan loco atrevimiento, Minerva añade en cuatro lugares cuatro competiciones, bien visibles por sus colores, compuestas de pequeñas figuras. Una de las esquinas tiene a la tracia Ródope y al Hemo (montes helados ahora, cuerpos mortales en otro tiempo), que se atribuyeron los nombres de los dioses supremos. Otro lugar tiene la desdichada suerte de la madre pigmea, a la que, vencida en una competición, Juno obligó a ser una grulla y a declarar la guerra a su propio pueblo. También bordó a Antígona, que en otro tiempo se atrevió a rivalizar con las esposa del gran Júpiter, y la soberana Juno la convirtió en pájaro; y no le sirvió Ilio ni su padre Laomedonte para evitar que, como cigüeña blanca que es por las alas que ha recibido, se aplauda a sí misma con el tableteo de su pico. La única escena que queda tiene a Cíniras, privado de su descendencia; abrazando él los peldaños del templo, que son los miembros de sus hijas, parece derramar lágrimas tendido en la piedra. Minerva rodea los bordes de la tela con ramas de olivo de la paz (tal es el ribete) y con su árbol pone fin a su trabajo.

Descripción del bordado de Aracne

    La licia Aracne dibuja a Europa engañada por la apariencia de un toro: se hubiera creído que era un verdadero toro, un mar verdadero. Europa parecía dirigir su mirada hacia la tierra que había dejado y llamar a sus compañeras y temer el contacto con el agua que saltaba junto a ella y encoger sus pies asustados. También hizo que Asterie estuviera sujeta por un águila que luchaba; hizo que Leda estuviera acostada bajo las alas de un cisne. Añadió cómo, oculto bajo la apariencia de un sátiro, llenó Júpiter de prole gemela a la bella Nicteide, cómo se convirtió en Anfitrión cuando se adueñó de ti, Alcmena, cómo siendo de oro engañó a Dánae, siendo fuego a la hija del río Asopo, a Mnemósine como pastor, como moteada serpiente a Prosérpina. También a ti, Neptuno, transformado en un fiero novillo, te colocó junto a la hija de Eolo; tú, Neptuno, tomando la forma del río Enipeo, engendras a los Aloídas, y como carnero engañas a la hija de Bisaltes; y como caballo te sufrió también la de rubios cabellos, Ceres, la madre bendita de las mieses, y te sufrió como criatura voladora Medusa, la de cabellos de serpientes, la madre del volador caballo Pégaso, y como delfín te sufrió Melanto. A todos estos les asignó su figura propia, así como la figura de cada región. Allí está, campesino por su aspecto, Febo Apolo, y cómo unas veces llevó alas de gavilán y otras lomo de león, cómo bajo la figura de un pastor engañó a Ise, la hija de Macareo, y cómo Baco engañó a Erígone con unas uvas falsas, y cómo Saturno mediante el cuerpo de un caballo engendró al centauro Quirón. La parte extrema de la tela, circundada por una estrecha franja, tiene, en el dibujo de su tejido, flores mezcladas con hiedra entrelazada.

Castigo y metamorfosis de Aracne



    No podría Minerva, no podría la Envidia poner reparos a la obra de Aracne. A Minerva, la varonil doncella rubia, le dolió aquel éxito y rompió aquellas telas bordadas que representaban acusaciones contra los dioses. Y como tenía en la mano una lanzadera procedente del monte de Citoro, golpeó tres o cuatro veces en la frente a Aracne, la hija de Idmón. No lo soportó la infeliz Aracne y tuvo el atrevimiento de atarse la garganta con un lazo. Colgaba ya cuando Minerva, compadecida, la sostuvo y le dijo así: "Vive, sí, pero cuelga, malvada; y que el mismo tipo de castigo, para que no estés libre de angustia por el futuro, quede sentenciado para tu linaje, incluso para tus remotos descendientes".

    Tras estas palabras, Minerva se apartó y roció a Aracne con los jugos de una hierba de Hécate, e inmediatamente los cabellos de Aracne, tocados por esta siniestra pócima, se consumieron, al mismo tiempo que la nariz y los ojos; la cabeza se le vuelve diminuta y también se hace pequeña Aracne en lo que respecta a su cuerpo. En el costado, en lugar de piernas, tiene incrustados unos dedos finísimos; lo demás lo ocupa el vientre, del que, a pesar de todo, ella hace brotar el hilo, y como araña trabaja sus antiguas telas.

(Traducción de Antonio Ruiz de Elvira, Alma Mater, Barcelona, 1969; con modificaciones)

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