martes, 21 de marzo de 2023

LOS DOCE TRABAJOS DE HERACLES (II)

 Seguimos el relato de Apolodoro (siglo I o II d. C.) en su Biblioteca mitológica (libro II, 96 ss)

Octavo trabajo: las yeguas de Diomedes

    El octavo trabajo que le ordenó Euristeo fue llevar a Micenas las yeguas de Diomedes el tracio. Este era hijo de Ares y de Cirene. Reinaba sobre los bistones, un pueblo belicoso de Tracia. Tenía además unas yeguas comedoras de hombres. Por tanto, Heracles navegó junto con un grupo de seguidores voluntarios, redujo a los guardianes de los establos de las yeguas y condujo a estas hacia el mar.

    Pero los bistones acudieron en su ayuda con las armas y entonces Heracles le entregó las yeguas a Abdero para que las vigilara. Abdero era hijo de Hermes, locro de Opunte y amante de Heracles. Las yeguas arrastraron y destrozaron a Abdero.

    Heracles, luchando contra los bistones, mató a Diomedes y obligó a huir al resto. Después de fundar la ciudad de Abdera junto a la tumba del malogrado Abdero, Heracles le llevó las yeguas a Euristeo y se las entregó. Pero Euristeo las dejó libres; las yeguas marcharon hacia el monte llamado Olimpo y fueron exterminadas por las fieras.

Noveno trabajo: el cinturón de Hipólita

    Como noveno trabajo, Euristeo le ordenó a Heracles traer el cinturón de Hipólita. Esta reinaba sobre las amazonas, que habitaban a orillas del río Termodonte. Las amazonas eran una raza guerrera, practicaban ejercicios viriles y si alguna vez daban a luz después de unirse con un hombre, criaban solo a las hembras. Además se comprimían el pecho derecho para que no les impidiese disparar, pero conservaban el izquierdo por si criaban.

    Hipólita tenía el cinturón de Ares como símbolo de su primacía sobre todas las demás amazonas. En busca de ese cinturón fue enviado Heracles, pues la hija de Euristeo, Admete, deseaba tenerlo. Por tanto, tomando consigo unos compañeros voluntarios, Heracles navegó en una sola nave [...] Cuando Heracles arribó al puerto de Temiscira, se le presentó Hipólita, le preguntó por qué había venido y prometió entregarle el cinturón. 

    Pero Hera, haciéndose semejante a una de las amazonas, iba y venía entre ellas diciendo que los extranjeros recién llegados estaban raptando a la reina Hipólita. Entonces, las amazonas, armas en mano, atacaron a caballo la nave de Heracles. Cuando Heracles las vio armadas, creyendo que se trataba de una trampa, mató a Hipólita y le arrebató el cinturón y, después de combatir con las demás, se hizo a la mar y arribó a Troya. [...] Finalmente llevó el cinturón a Micenas y se lo entregó a Euristeo.

Décimo trabajo: las vacas de Geriones

    El décimo trabajo que se le impuso a Heracles fue traer las vacas de Geriones desde Eritia. Eritia era una isla situada cerca del Océano, que ahora llaman Gadira. La habitaba Geriones, hijo de Crisaor y de Calírroe, la hija de Océano. Geriones tenía la corpulencia de tres hombres juntos, fundidos en uno por la cintura, pero separados en tres a partir de los flancos y los muslos. Poseía unas vacas rojizas, cuyo boyero era Euritión y cuyo guardián era Orto, el perro de dos cabezas, nacido de Equidna y de Tifón. 

    Así pues, Heracles marchó en busca de las vacas de Geriones a través de Europa y, tras exterminar muchos animales salvajes, penetró en Libia. Después de llegar a Tarteso, alzó como marca de su paso dos columnas simétricas sobre los montes de Europa y de Libia. Abrasado por Helio durante el camino, Heracles montó el arco contra este dios, que, admirado por su valor, le entregó una copa de oro, en la que Heracles cruzó el Océano.

    Cuando llegó a Eritia, acampó en el monte Abante. En cuanto el perro Orto advirtió su presencia, se lanzó contra él, pero Heracles lo golpeó con la maza y mató también al boyero Euritión, que había corrido en ayuda del perro. Sin embargo, Menetes, que estaba apacentando allí las vacas de Hades, le comunicó a Geriones lo que había sucedido.

    Geriones encontró a Heracles junto al río Antemunte llevándose las vacas, trabó combate con él, pero murió asaeteado. Heracles entonces embarcó las vacas en la copa, navegó hacia Tarteso y le devolvió la copa a Helio.




    Después de atravesar Abderia, Heracles llegó a Liguria, en donde Yalebíon y Dercino, hijos de Posidón, le robaron las vacas, pero Heracles les dio muerte y avanzó a través de Tirrenia. 

    Desde Regio un toro se separó del rebaño, se arrojó al mar y echó a nadar hacia Sicilia. Tras cruzar la comarca vecina, llegó al llano de Érix, quien reinaba sobre los élimos. Érix, que era hijo de Posidón, mezcló ese toro con sus rebaños particulares. Así que Heracles le confió las vacas a Hefesto y salió en busca del toro. Cuando lo encontró entre los rebaños de Érix, este le dijo que no se lo daría si no lo vencía en la lucha. Heracles se impuso en el enfrentamiento por tres veces y acabó matando a Érix. Recogió el toro con el resto del ganado y lo llevó al mar Jonio.

    Cuando llegó a las ensenadas del mar Jonio, Hera lanzó un tábano sobre las vacas, que se dispersaron por las estribaciones de Tracia. Heracles las persiguió, recuperó una parte y las guio hacia el Helesponto. Las vacas que quedaron abandonadas se asilvestraron posteriormente. Después de recoger el ganado con gran dificultad, Heracles se lo reprochó al río Estrimón e hizo innavegable un cauce que antes era navegable rellenándolo de piedras.

    Por fin, llevó las vacas a Euristeo, se las entregó y Euristeo las sacrificó en honor de Hera.

Undécimo trabajo: las manzanas de oro de las Hespérides

    Terminados los trabajos en ocho años y un mes, como Euristeo no aceptó el trabajo de los rebaños de Augias ni el de la hidra, le ordenó un undécimo trabajo: traer las manzanas de oro de las Hespérides. Estas manzanas no se hallaban en Libia, como dicen algunos, sino junto a Atlas entre los hiperbóreos. Tales manzanas se las había regalado Gea a Zeus cuando este se casó con Hera. Las vigilaba un dragón inmortal, hijo de Tifón y de Equidna, con cien cabezas y que utilizaba voces diversas y cambiantes. Junto con él vigilaban las Hespérides: Egle, Eritia, Hesperia y Aretusa. [...]

    Heracles atravesó Iliria y, dirigiéndose hacia el río Erídano, llegó junto a las ninfas, hijas de Zeus y de Temis. Estas le revelaron dónde estaba Nereo. Heracles atrapó a Nereo mientras domía y, a pesar de que Nereo adoptaba todo tipo de formas, Heracles lo ató y no lo soltó hasta averiguar por él dónde podría encontrar las manzanas y a las Hespérides. [...]

    Heracles llegó a los hiperbóreos ante Atlas. Prometeo le había dicho a Heracles que no fuera personalmente por las manzanas, sino que relevara a Atlas en el soporte de la bóveda celeste y que enviara a este. Heracles obedeció y relevó a Atlas. Atlas cogió tres manzanas de las Hespérides, se presentó ante Heracles y, como no quería volver a soportar la bóveda celeste, < le dijo a Heracles que él en persona le llevaría las manzanas a Euristeo. Heracles advirtió el engaño y le dijo a Atlas que soportara la bóveda un momento, pues > deseaba ponerse una almohadilla en la cabeza.




    Al oír esto, Atlas dejó las manzanas en el suelo y cogió la bóveda celeste. Entonces Heracles recogió las manzanas y se fue corriendo. Algunos dicen que Heracles no consiguió las manzanas con la ayuda de Atlas, sino que las recogió él mismo después de darle muerte a la serpiente que las guardaba.

    Heracles le llevó las manzanas a Euristeo y se las entregó. Euristeo, una vez que las recibió, se las regaló a Heracles, quien, a su vez, se las entregó a Atenea, la cual las llevó de nuevo a su sitio, pues no estaba permitido que se depositaran en cualquier otra parte.

Duodécimo trabajo: el can Cerbero

    El duodécimo trabajo que Euristeo le ordenó a Heracles fue traer a Cerbero desde el Hades. Cerbero tenía tres cabezas de perro y cola de dragón, y por el lomo tenía cabezas de todo tipo de serpientes. [...]

    Heracles se presentó después en Ténaro de Laconia, donde se halla la boca de bajada al Hades, y bajó por ella. Cuando las almas lo vieron, huyeron, excepto las almas de Meleagro y la de la Gorgona Medusa. Heracles desenvainó la espada contra la Gorgona como si estuviera viva, pero supo por Hermes que solo era una forma vacía.

    Cuando se hallaba ya cerca de las puertas de Hades, encontró a Teseo y a Pirítoo, quien había pretendido en matrimonio a Perséfone y por esta causa había sido encarcelado. Cuando estos vinieron ante Heracles, le tendieron las manos como si fueran a ser resucitados por su fuerza. Entonces Heracles tomó a Teseo de la mano y lo sacó. Pero, queriendo subir también a Pirítoo, tembló la tierra y tuvo que soltarlo. [...]




    Después Heracles le pidió a Plutón que le permitiera llevarse a Cerbero. Plutón le dijo que se lo llevaría si lograba reducir al perro sin las armas que llevaba. Así, cuando Heracles encontró a Cerbero a las puertas del Aqueronte, resguardado por la coraza y totalmente cubierto por la piel del león, le echó a Cerbero las manos alrededor de la cabeza, lo apresó y no lo soltó, estrangulando a la fiera hasta que esta cedió, a pesar de que Heracles fue mordido por una de las serpientes que tenía Cerbero en la cola. Tras apresar al perro, Heracles lo fue subiendo hasta llegar a Trecén. [...] Heracles le mostró a Euristeo el perro Cerbero y después lo devolvió de nuevo al Hades.

(Traducción de José Calderón Felices, Akal, Madrid, 1987; con modificaciones)

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