domingo, 18 de noviembre de 2012

FAETÓN (I)

El siguiente relato lo cuenta el poeta romano Ovidio (43 a. C. - 17 d. C.) en su obra Las Metamorfosis (Libro I 748 - 779; Libro II 1 - 48):

La acusación de un padre falso

Ahora, por fin, se considera a Épafo descendiente del gran Júpiter y en las ciudades tiene templos juntamente con su madre Ío. Épafo tuvo un igual a él en edad y en carácter, el hijo del Sol, Faetón. En una ocasión en que este presumía de no ser inferior a Épafo y se enorgullecía porque su padre era Febo, no lo soportó Épafo y le dijo: "Estás loco por creer en todo a tu madre y presumes por la idea de un padre falso". Faetón se ruborizó y con el rubor reprimió su rabia; finalmente le contó a su madre, Clímene, los insultos de Épafo, diciéndole: "Para que te sea más doloroso, madre, yo, el sincero, yo, el atrevido, he guardado silencio. Me avergüenza que estos insultos se hayan podido pronunciar y no se hayan podido desmentir. Pero tú, si de verdad he sido engendrado de estirpe celeste, dame una prueba de mi alta cuna y confirma mi pertenencia al cielo."



Así habló Faetón y se abrazó al cuello de su madre y, por la cabeza de Mérope y por la suya propia y por las antorchas de sus hermanas, le rogó que le diera señales de su verdadero padre. Clímene, no se sabe si conmovida más por las súplicas de Faetón o por la rabia que le daba la acusación que Épafo pronunció, extendió sus dos brazos al cielo y, mirando a la luz del Sol, dijo: "Por este brillante lucero de rayos deslumbrantes que nos oye y nos ve, te juro, hijo mío, que tú has nacido de este Sol que gobierna el mundo. Si digo mentiras, que no me permita verle y que esta luz sea la última para mis ojos. Ya no te es difícil conocer la morada de tu padre, pues el lugar desde donde sale limita con nuestro país. Si tienes ganas, ve y pregúntaselo a él cara a cara".

Faetón salta de alegría ante estas palabras de su madre y ya en su mente se imagina el cielo. Cruza su Etiopía y la India, situadas bajo los fuegos siderales, e, impaciente, llega al lugar desde el que sale su padre.

El palacio del Sol

El palacio del Sol se alzaba sobre elevadísimas columnas, relumbrante de oro bruñido y piropo que se asemeja a las llamas; su techo estaba cubierto de reluciente marfil y las dos hojas de su puerta irradiaban una luz plateada. El acabado artístico superaba la materia de la que estaba hecho: en efecto, allí Vulcano había cincelado los mares que rodean las tierras, el globo terráqueo, y el cielo que se cierne sobre él. Las aguas tienen sus azulados dioses: al musical Tritón, al cambiante Proteo, a Egeón que con sus brazos oprime los gigantescos dorsos de las ballenas, a Doris y a sus hijas, a parte de las cuales se las ve nadar y a otras, sentadas sobre un peñasco, secarse sus verdes cabellos y a algunas, navegar sobre los peces; no tienen todas un mismo rostro, pero tampoco distinto del que conviene a hermanas. La tierra allí representada sustenta hombres y ciudades, selvas y fieras, y ríos, ninfas y demás divinidades campestres. Por encima de esto está colocada la imagen de un cielo refulgente, con seis signos zodiacales en la parte derecha y otros seis en la izquierda.


Tan pronto como llegó allí por el duro sendero el hijo de Clímene y entró en la morada de su cuestionado padre, de inmediato dirige sus pasos hacia el rostro de su padre, pero se detiene lejos, pues no podía soportar más de cerca su luz. Febo, vestido con un traje púrpura, estaba sentado en un trono resplandeciente de brillantes esmeraldas. A derecha y a izquierda estaban de pie el Día, el Mes y el Año, y los Siglos y las Horas, colocadas a intervalos iguales. También estaba la nueva Primavera, ceñida con una corona de flores; estaba el Verano, desnudo y llevando guirnaldas de espiga; estaba el Otoño, sucio de uvas pisadas, y el helado Invierno, con sus blancos cabellos despeinados. Entonces el Sol, colocado en el centro, con los ojos que todo lo ven, vio al joven, que estaba asustado por la novedad del espectáculo, y le dijo: "¿Cuál es el motivo de tu viaje? ¿Qué has venido a buscar a esta alta morada, Faetón, hijo al que no podría negar un padre?"

El Sol (Helio) en su carro


Una arriesgada promesa

Responde Faetón: "Luz común del universo, padre Febo, si me permites hacer uso de este nombre y Clímene no oculta su falta con una mentira, dame pruebas, progenitor mío, por las que crean que de verdad soy descendiente tuyo, y quítame esta incertidumbre." Así habló Faetón y su padre se despojó de los rayos que relumbraban por toda su cabeza, le mandó acercarse y dándole un abrazo le dice: "No es justo que digan que tú no eres hijo mío; Clímene te reveló tu verdadero origen y, para que no tengas dudas, pide el regalo que quieras, que lo obtendrás, pues te lo concederé. Sea testigo de mi promesa la Estige, la laguna por la que juran los dioses, nunca vista por mis ojos." Apenas acabó de hablar el Sol, Faetón pide el carro de su padre y el poder y el gobierno, por un día, de los caballos de alados pies.

(Trad. de A. Ramírez de Verger y F. Navarro Antolín, Madrid, Alianza, 1998; con modificaciones)

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