domingo, 18 de noviembre de 2012

RÓMULO Y REMO (III)

Prosigue el relato de Tito Livio en su obra Historia de Roma desde su fundación (Libro I, caps. 6, 3 - 7, 3; 8):


El proyecto de fundar una nueva ciudad

Así pues, la ciudad de Alba Longa quedó en manos de Numitor. De Rómulo y de Remo se adueñó el deseo de fundar una ciudad en el sitio en el que habían sido abandonados y en el que se habían criado. Además, había demasiada población albana y latina; a ella se habían unido también los pastores: todos juntos hacían fácil prever que resultaría pequeña Alba y pequeño Lavinio, en comparación con la ciudad que se iba a fundar. Pronto se sumó a estos proyectos un mal ancestral: la ambición de poder, que dio lugar a una desdichada rivalidad después de un comienzo tranquilo. Como eran gemelos y el respeto a los años no podía establecer diferencias, a fin de que fueran los dioses protectores del lugar los que eligieran quién daría nombre a la ciudad y quién reinaría en ella después de su fundación, ocuparon Rómulo el monte Palatino y Remo el monte Aventino como espacios sagrados para recibir los augurios.

Las siete colinas de Roma





Disputa entre hermanos

Se dice que el augurio se le presentó antes a Remo: seis buitres. Pero, después de que se anunció ese augurio, se le apareció a Rómulo el doble número de aves. A cada uno de los dos le aclamó como rey su propia gente: los partidarios de Remo reivindicaban el reino por la prioridad en el tiempo; los de Rómulo, por el número de aves. Los dos hermanos se enfrentaron enseguida en una disputa, la exasperación de la cólera por ambas partes les conduce a una lucha a muerte. Allí, en medio del revuelo, cayó abatido Remo. Aunque está más extendida la versión de que, para burlarse de su hermano, Remo saltó por encima de las nuevas murallas de la ciudad; entonces Rómulo, irritado, increpándolo además de palabra ("Lo mismo le sucederá en adelante a cualquier otro que salte mis murallas", dijo), lo mató.

Se traza el surco primigenio de la nueva ciudad

Inicios de la nueva ciudad

Rómulo quedó, por consiguiente, como único dueño del poder; la ciudad que había fundado recibió nombre del de su fundador: Roma. En primer lugar fortificó el Palatino, donde él se había criado. Hace sacrificios con el rito albano a los otros dioses y con el rito griego, tal como había establecido Evandro, a Hércules.[...] Una vez cumplidos ritualmente los actos de culto, convocó a una asamblea a la muchedumbre, que no podía convertirse en el cuerpo político de un pueblo unido nada más que por medio del derecho, y dictó leyes. Pensando que para aquella gente rústica esas leyes solo serían sagradas si él les infundía respeto con símbolos de poder, se revistió de mayor dignidad en todo su porte, pero especialmente haciéndose acompañar de doce lictores. Algunos piensan que ese número fue una consecuencia del número de las aves que en el augurio le habían presagiado el reinado. A mí no me disgusta compartir la opinión de los que consideran que esta clase de escolta, así como su número, provenían de la vecina Etruria, de donde también se tomaron la silla curul y la toga pretexta. Los etruscos tenían fijado ese número porque, al nombrar un rey en común entre doce pueblos, cada uno de los pueblos le daba al rey un lictor.

Lictor


Se expansionaba mientras tanto la ciudad, incorporando constantemente más y más terreno dentro de su recinto, pues se alzaban las murallas más con vistas al futuro aumento de la población que para los hombres que había en ese momento. Después, para que no estuviera vacía una ciudad tan grande y para atraer un población numerosa, Rómulo aplicó el antiguo método de los fundadores de ciudades que, juntando mucha gente de origen desconocido y de clase baja, inventaban que les había nacido de la tierra una raza. Y abrió como asilo el lugar que está ahora cercado entre los dos bosques sagrados según se baja de la colina. Allí se refugió toda clase de gente de los pueblos vecinos, sin distinción de si eran libres o esclavos, gente deseosa de cambios. Este fue el primer refuerzo en el camino de la incipiente grandeza. Cuando ya no estaba descontento con sus fuerzas, ordenó un plan político para estas. Nombró cien senadores, bien porque ese número era suficiente, bien porque solo había cien que pudieran ser nombrados padres. Padres, en todo caso, se les llamó en razón de su cargo, y a sus descendientes, patricios.

(Trad. de Antonio Fontán, Madrid, Alma Mater, 1997; con modificaciones)

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